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El espejo vacío

Raúl Mendoza Cánepa 

Publicado: hace 3 horas


Desde hacía años, Santiago tenía la misma rutina. Cada mañana, tras el café amargo y el sonido persistente de las noticias en la radio, se detenía frente al espejo del baño. Allí estaba él, intacto. Su rostro, terso y luminoso, lo miraba con la misma expresión desde hacía décadas. Era como si el tiempo lo hubiera olvidado o como si el espejo, compasivo, le mostrara una versión idealizada de sí mismo.

A veces, Santiago dudaba. ¿Era posible que los años no dejaran marcas? Pero cuando comparaba su reflejo con los de otros hombres de su edad, sentía alivio. Mientras ellos cargaban los surcos del tiempo, él seguía siendo un joven de veinte años: cabellera abundante, ojos vivaces, ni una arruga.

Un día, su hija menor, Ana, lo visitó. Había insistido en tomarle una foto para el álbum familiar. Santiago, fastidiado, accedió. Posó junto al ficus del patio, el sol rebotando en las canas que él nunca había notado. Ana le mostró la foto en la pantalla del celular, y entonces ocurrió: allí no estaba el joven que el espejo le devolvía cada día. Allí estaba un anciano desconocido, con la piel marchita, la mirada cansada y los hombros encorvados.

Santiago sintió cómo algo se rompía dentro de él. ¿Quién era ese hombre en la fotografía? Corrió al baño, buscando el consuelo de su reflejo, pero el espejo parecía haberse rebelado. Esta vez le devolvió la misma imagen de la foto: un hombre viejo y vulnerable, ajeno y extraño.

Se encerró en el baño durante horas, incapaz de apartar la mirada de ese rostro. Era como si, por primera vez, la realidad le revelara su verdadero estado. El peso de los años que no había sentido lo aplastó de golpe. No era la vejez lo que lo aterraba, sino la traición de haber vivido tanto tiempo creyendo una mentira.

Esa noche, Santiago bajó todos los espejos de la casa. En su lugar, colocó cuadros de paisajes, como si buscara borrar cualquier rastro de sí mismo. Y, sin embargo, cada vez que pasaba frente a una ventana o una superficie pulida, no podía evitar buscarse, con la secreta esperanza de encontrar al joven que una vez creyó eterno.


Escrito por

RAÚL MENDOZA CÁNEPA

Abogado PUCP. Escritor. Columnista en Expreso. Ha sido integrante del staff de la página de Opinión de El Comercio y de El Dominical.


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