La senda que reduce la pobreza
Raúl Mendoza Cánepa (Libertad Popular)
Imagina un mundo donde la pobreza es una condena perpetua, donde los hijos heredan la escasez como un infortunio inevitable. Durante siglos, esa fue la realidad de la humanidad: hambrunas cíclicas, vidas breves, manos encallecidas por trabajos que apenas alcanzaban para el pan. Pero algo extraordinario sucedió hace apenas unos siglos: un cambio de mentalidad, un giro en la historia. Se le llamó liberalismo, y con él comenzó la mayor revolución jamás soñada.
El liberalismo no es una utopía de promesas vacías. Es una idea poderosa, casi humilde: permitir que las personas sean libres para soñar, crear, intercambiar. Allí donde ha sido adoptado, su legado es incuestionable. Antes del siglo XVIII, más del 90% de la población mundial vivía en pobreza extrema; hoy, gracias al comercio abierto, la innovación y los mercados, esa cifra se ha reducido a menos del 10%. Un logro inimaginable en cualquier otro sistema.
¿Qué tiene el liberalismo que transforma la pobreza en prosperidad? Su secreto está en la libertad económica: las personas, en lugar de esperar dádivas o imposiciones, tienen la posibilidad de construir su destino. Un agricultor que, en vez de trabajar para un señor feudal, puede vender su cosecha libremente en el mercado. Un inventor que, protegido por derechos de propiedad, lanza al mundo la chispa de un nuevo invento que mejora vidas. Una empresaria que crea empleo allí donde solo había carencias.
El liberalismo es como un faro que ilumina el camino de quienes desean avanzar. Países como Singapur y Corea del Sur, otrora azotados por la miseria, eligieron abrir sus economías, apostar por el comercio y la innovación. Hoy son ejemplos de prosperidad y esperanza. Incluso en lugares que todavía luchan contra la pobreza, cada pequeña apertura –un mercado local, un negocio emprendido sin trabas– multiplica las oportunidades de sus habitantes.
No se trata de acumular riqueza sin propósito; se trata de multiplicarla, de generar un círculo virtuoso donde más personas puedan salir de la pobreza. La riqueza no es un juego de suma cero, sino una llama que crece al compartirse.
El liberalismo no promete la perfección, pero nos ha demostrado, una y otra vez, que es el único camino probado para reducir la pobreza. Cuando elegimos la libertad económica, elegimos el futuro, uno donde las oportunidades se abren como puertas para quienes antes vivían encerrados en la desesperanza.