La suma de todos los miedos
Raúl Mendoza Cánepa
Un niño puede tener lo que nuestros padres llamaban "susto" y creer que con él hablan los muertos. Aprendes a racionalizar, pero te amparas en la casa para sentirte seguro y de pronto te llevan a un lugar lleno de extraños. Muchos de ellos avidamente traviesos o malvados, tanto que te empujan, te amenazan y te quitan la lonchera. Si esa guerrita se proyecta hasta que llegas a quinto de secundaria, estás en problemas.
La pregunta es cómo se adapta un niño bulleado o cómo quien por razones internas sufre de ansiedad, que no es estar apurado, sino atravesado por el terror a morir o el terror a que quienes ama mueran. La preocupación como centro de vida es fatal, te arranca la existencia y no solo asoma el doctor Google, con él las contigencias de la vida y una estadística creciente de muertes que gente que uno conoce (pospandemia, raro ¿no?) que tornan la existencia en precaria.
Para vencer el temor, el sujeto temperamental confronta, nada mar adentro hasta donde lo arrastren, la hace de Odiseo, hace puenting y parapente, devora comidas prohibidas, salta de paracaídas y corre a casi 200 en carretera ¿Qué pasa por su cabeza fobica si apenas puede llegar al piso 16 de un edificio?
Quizás acercarse a la muerte es ganar su confianza o sobrevivir es creer en la vida después de todo.
No todos tratan de confrontar con el miedo y no se recomienda, lo mejor es ir a un psiquiatra y terapeuta. Digo, hablando de la salud mental, un tema que nos toca a todos, pero que nadie ve como uno de los que más cruza la sociedad y más nos atormenta. Salud es también calidad de vida.