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No hay lunas

Raúl Mendoza Cánepa

Publicado: 2022-11-20

Juan se mira en el espejo. Se ve algo rechoncho tras su regreso de Buenos Aires, un  viaje  corto de trabajo que lo reencontró con la prensa. Fue a visitar un Diario.

Muchos recuerdos afloraron, pero también muchas reflexiones. La vida no es como se ve en el momento que se vive. Tenía entre sus manos la última carta de María, conminandolo a que no le escriba porque ya era hora de dar vuelta a todo.

Juan se revolcó en el fango de la pena. Aquella noche bebió y hoy se pregunta por qué bebió. Hoy no solo no siente, sino que lo amilana el tiempo que perdió. Es un sujeto indiferente que se arrepiente de haber perdido en lo que hoy no le movería una fibra. No sabe si es uno el que cambia o cambia la gente o cambia el tiempo.

Tampoco le gustan las melodías que antaño lo minaban, sus gustos cambiaron. Se siente ridículo de haberse querido dedicar al arte y los pinceles durante el año que dejó la universidad. Hoy no le gustan las pinturas. Rehúsa visitar exhibiciones cuando su esposa se lo pide, hábil artista del lienzo que a él solo le llama la atención cuando deja destapado el aguarrás.

Sus tres hijas van entre los quince y los veinte. Se siente ridículo por haber ido tras las faldas de una joven que tenía la edad que una de sus hijas tiene hoy. Se avergüenza.

Ya no gusta de Madrid, ciudad predilecta de sus viajes como abogado de una transnacional.

En veinte años cambian los perfumes y los tamaños, también la percepción del amor, ridículo artificio para creernos el cuento de la eternidad o de no soltar las manos de nuestros padres.

Juan escribe para ganarse unos reales y no por romanticismo, artículos furibundos que distan de los sublimes versos de su juventud. Va a cumplir cincuenta y teme morir y por tener morir huye de las religiones y las supercherías. Su mejor amigo dice que es un amargado que no comulga con todo lo que vivió. Él cree que es solo el tiempo, el tiempo y la derrota inevitable a la que nos tiene sometido. Rompe las cartas que había olvidado como todo lo que al final carece de importancia. El reloj picotea sobre el muro como los pasos acompasados de los que marchan a la silla que los habrá de chamuscar.  


Escrito por

RAÚL MENDOZA CÁNEPA

Abogado PUCP. Escritor. Columnista en Expreso. Ha sido integrante del staff de la página de Opinión de El Comercio y de El Dominical.


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