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El tío y las cartas

Raúl Mendoza Cánepa

Publicado: 2022-09-11

Todos hemos tenido un tío que sobresale sobre las sangres y que se torna en parte entrañable de las primeras memorias.

Quizás nadie escriba tras él, quizás sea este uno de los vicios de un escritor: expresar sobre lo que aprieta y duele, y expresar es una forma de gritar o de llorar.

Aún recuerdo cuando llegaban las cartas de mi tío G desde Nueva York, el olor acartonado del papel y las estampillas policromadas, recuerdo el rostro alumbrado de mi madre leyendo mientras pronunciaba la fecha y el número de vuelo de su llegada casi como si fuera a ver a Dios.

Las cartas y los sobres eran una forma de no desconectarse, pero también lo era aquella dinámica de juego infantil, con esa pura bondad alegre que le regalaban sus cuarenta años. Era inmortal porque lo podía todo, porque bromeaba a su modo, porque había recorrido el mundo, porque podía caminar de manos o engancharse lateral a un poste. 

Yo le decía a mi madre que quería ser alguna vez como él, viajar por el mundo, pero solo viajaban mis cartas torpes y enmendadas que él sabía responder con generosidad y aquí me quedé.

Los adioses eran los adioses. Mi madre y yo nos sentábamos a contemplar la habitación que había habitado ese mes mientras calculábamos por las horas la ubicación del avión. De Lima a NY son seis horas...Entretanto el vacío ganaba la casa, la tristeza se apoderaba de todos como una sombra enjaulada, porque una de las virtudes del buen tío volador, como la de pocos, era hincar los ojos en las despedidas, esto es, dejar ese vacío irreemplazable que solo deja la gente que sabe hacerse querer. Y había que esperarlo hasta el próximo año. "Vamos, cómprate la casa del lado y no te vayas, tío", decía yo, en la inocencia de aquellos años.

Finalmente, él tomó su último vuelo y aunque el tiempo nos dispersó antes y las brumas de la ausencia, quedaron llorando sus cartas que mi madre leía y releía en las tardes tras un triste fogón.

Eso era y es, de entre todas las gentes: el fundamental.



Escrito por

RAÚL MENDOZA CÁNEPA

Abogado PUCP. Escritor. Columnista en Expreso. Ha sido integrante del staff de la página de Opinión de El Comercio y de El Dominical.


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