Mejor sin políticos
Raúl Mendoza Cánepa
La vida del peruano promedio gira en torno a la política. Consumen y escuchan política y pagan impuestos para que los políticos continúen ganando del tesoro público (y son los más pobres los que más pagan, vía impuestos indirectos).
Sostenemos al poder de la Plaza de Armas y al de la Plaza Bolivar para que sigan disfrutando de las mieles del cargo. Mientras tanto no tenemos un control de las contrataciones ni de los procesos legislativos ni de la lógica que dice "que sea mi asesor, pues ayudó en campaña" ¿Y cuántos amigos del partido entran en manadas para tomar lo que se puede?
Los nuevos poderosos obtienen una vida de lujos, apenas miran al de abajo, se elevan sin plataforma en los pies, levitan de magnificencia. No solo es el privilegio que les da la ley o su inversión para ganar desde una curul, también quienes llegan al Ejecutivo olvidan la institucionalidad para someterse a la única ley que conocen: la del patrimonialismo (el Estado es mío, el cofre es mío, yo hago lo que quiero sin quebrar la cerviz).
No obstante la política y sus miserias, los peruanos leemos y sintonizamos política, porque la cultura nos importa menos que una naranja. No cultivamos el espíritu ni homenajeamos el arte ni inmortalizamos a nuestros creadores, esos que pasan y dejan su arte. Los políticos pasan y dejan el embrollo de sus malas leyes, los intereses creados y los proyectos declarativos que sirven más para el tacho que para construir una Nación.
Bazofia del poder y gusanera de lo equivocamente inmortal.