En el Perú la descomposición institucional es de tal nivel que la confianza es un término hueco. No se confía en quien te dio su palabra, no es creíble la honestidad de un gran sector de la prensa que vive de la publicidad estatal, los gobernantes aspiran al poder por el poder mismo y en el camino mienten y hasta ya las elecciones políticas están desacreditadas. 

La verdad es solo una palabra, no un valor con relación a la realidad de las cosas. Todo se pervierte, se esconde, se baraja. Ni la puntualidad entra a tono con nuestra manera de ser porque la hora no es la hora sino media hora más tarde y los primeros en demostrarlo son los presidentes cuando se van a pronunciar en televisión.

Si te dan la bienvenida, asume que te van a botar; si te dicen una hora, suma un poco más; si te dicen lo que se va a hacer o lo que se hizo, calcula cuánto se puede estirar una enunciación.

Productos bamba, palabras bamba, promesas bamba, tesis o títulos bamba y hasta, quizás, quién sabe, gobernantes bamba y disoluciones bamba y argumentos bamba para defender lo indefendible. Esa es la historia del Perú.