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Las edades de la vida

Raúl Mendoza Cánepa

Publicado: 2022-04-14

Juan sabe que no lo van a leer, que a estas alturas confiar en que la vida tiene que llegar a "algo" es un sueño. Se vive para morir y, como la muerte es un misterio, se hurga en los vericuetos de la fe para trascender. La angustia de Unamuno alcanzaba hasta los cuarenta. A los cincuenta le importaba más La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis y San Agustín

Sé santo le susurraba San Josemaría Escrivá de Balaguer, aunque sea en las pequeñas cosas, porque Juan no haría proezas ni milagros y con los cincuenta encima era poco menos que un viejo que abandona el mundo porque ya los aplausos de la tribuna no suenan, aunque sean imaginarios y porque comerse el mundo no pasa de ser una metáfora.

Nadie lo llamará. No será un tribuno y desde que salió de aquel Diario sabe que la línea recta se convirtió en un garabato. Ha dejado de escribir.

El romanticismo se difuminó en las viejas cartas, en los viejos poemas. No escribirá más y el universo cabe en su mano, es el barrio y las calles que atraviesa como rutina sin esperar nada a cambio, sin esperar nada, sin esperar. No será más Eliot ni será un héroe. La pandemia lo encerró, pero también suspendió sus sueños. Era ahora Alonso Quijano y no más el Quijote. Quijano murió precisamente al recobrar la razón y Juan la había recobrado. Como Gil de Biedma, el teatro no era la obra, el teatro era sus dimensiones y sus butacas, sin aplausos, sin nada que aguardar. Toma el libro de Santa Teresa de Ávila y recita con ella porque aquí en la tierra y entre desvaríos mundanos ya nada puede esperar. 



Escrito por

RAÚL MENDOZA CÁNEPA

Abogado PUCP. Escritor. Columnista en Expreso. Ha sido integrante del staff de la página de Opinión de El Comercio y de El Dominical.


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