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La mujer en la cabeza de la justicia

Raúl Mendoza Cánepa

Publicado: 2021-01-15

La república es igualdad de oportunidades y es importante mencionarlo especialmente en el caso del Poder Judicial, que con la elección de la jueza suprema Elvia Barrios Alvarado como presidenta, da un paso importante. Desde Manuel Lorenzo de Vidaurre hace casi doscientos años, ninguna mujer había llegado a dirigir el alto tribunal. Los supremos y supremas titulares decidieron que sea distinto y sumaron a la vida republicana.

Quien abrió el camino a las mujeres del Derecho viene de muy atrás, fue María Trinidad Enríquez, que bien merecería un reconocimiento, una sala o un emblema, porque desde ella hasta la actual presidenta del Poder Judicial es que corre la historia del reconocimiento de la mujer como hacedora de justicia. Nacida en 1846 en el Cusco, sorbió de un ambiente cultural que la llevó a admirar a los grandes juristas, cuando el Derecho solo lo producían los hombres desde sus escaños o lo aplicaban desde sus despachos judiciales. En 1875 pidió ser admitida la universidad. Aspiraba a graduarse de abogada por la Universidad San Antonio Abad.   

En junio de 1870 había fundado el Colegio Superior para Mujeres, un colegio de avanzada que privilegiaba el desarrollo de la inteligencia, tan revolucionario que lo cerraron. Su ingreso a la universidad fue arduo, tanto que el gobierno la autorizó a postular siempre que revalidará sus últimos años de estudio. La trampa es que no le reconocieron los que siguió en el colegio que ella fundó; pero su examen de admisión rompió los muros universitarios, no había argumento para excluirla, su erudición y brillo eran irrefutables.

Sus años universitarios en Derecho concluyeron, pero graduarse suponía superar restricciones. Le impidieron obtener el título profesional, recurrió a la Justicia. El prejuicio de la época se sintetiza en la sentencia judicial sobre su caso: “(….) la milicia, por ejemplo, la marina, la ingeniería y otras profesiones que demandan fuerza física, vigor intelectual y cierta rudeza de voluntad, son absolutamente incompatibles con el carácter del bello sexo y con el fin a que está destinada en la sociedad (…) La abogacía se encuentra en este caso, pues aun cuando no requiera esfuerzo físico, exige en cambio un gran desarrollo de la inteligencia, un notable poder de abstracción para perseguir todas las relaciones jurídicas y una inquebrantable firmeza de carácter, para luchar en defensa del Derecho y combatir el crimen y la injusticia donde quiera que se encuentren”.

Desde luego la jurista recurrió al Congreso, donde participó el Ministro de Instrucción, Mariano Felipe Paz Soldán, que llamó a los legisladores a abrir la vida profesional a las mujeres. En 1881, bajo el fragor de la guerra, el presidente Nicolás de Piérola, le permitió el título, pero ella se negó a aceptar porque esa posibilidad debería ser para todas las mujeres. Durante la ocupación chilena, en 1883 se decretó que ninguna mujer estaba impedida de obtener grados profesionales, pero fue un golpe al vacío, aún quedaban obstrucciones institucionales para la apasionada causa de María Trinidad. Fue recién en 1908 que las mujeres pudieron acceder a los estudios superiores. Ella abrió la puerta, pero no le alcanzó la vida para entrar. Miguelina Acosta fue quien obtuvo el título de abogada en 1920, en San Marcos.

La historia a veces fecunda lento. La exmagistrada Elcira Vásquez Cortez se convirtió en la primera mujer en llegar a la Corte Suprema en 1993. Ingresó al Poder Judicial en 1963 como practicante sin sueldo. Se hizo desde abajo. No llegaba a la decena el número de mujeres empleadas en la Corte Superior de Lima a inicios de los 60. Al final de la primera década del siglo XXI, las mujeres representaban un tercio de los jueces del Poder Judicial. En 2021 representan más y actualmente abrazan el justo logro histórico de la presidencia.

La historia, según Carlyle, la hacen los personajes más que las circunstancias y los logros históricos son la fecundación de una vieja lucha, a veces perdida en la niebla del tiempo.


Escrito por

RAÚL MENDOZA CÁNEPA

Abogado PUCP. Escritor. Columnista en Expreso. Ha sido integrante del staff de la página de Opinión de El Comercio y de El Dominical.


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