Publicar poesía es una proeza, ya es gratuita e imperceptible, arrimada, poco concurrida. Los libros de poemas sirven para el obsequio o la catarsis, no más que para estos fines inferiores. Mientras los académicos la estudian y la analizan, las librerías la esconden y las reseñas las ignoran cuando no la malinterpretan ¿Es el fin de la poesía? No para el que la escribe para sí mismo, para dejarla allí. Abandonada, probablemente mal hecha, desecha, inocua, infeliz, sirva para algo. Este poemario refleja la crisis del Hombre, la de esos seres que se esconden, que se escondieron de las guerras y las pestes, que trazaron un testimonio con la única herramienta que tenían a la mano: su pluma y su fibra. El 2020 nos deja con esa sensación. Que apenas quede y sea olvido.
Desde la noche más oscura


DESDE LA NOCHE MÁS OSCURA


La peste

Fue una lluvia de cometas que arreciaron sobre los hombres y las bestias.

Muertos bajo el sol roto y mi espejo roto con el miedo en los ojos.

Nos hemos escondido del aire como de tu muerte en vano.

Ya mi boca no te busca. Teme que el veneno corra en todas las direcciones de mi cuerpo.

Pienso en los barcos que zarpaban y llegaban en las horas felices y en Trafalgar, donde hundo la miseria de mis carnes en descenso bajo el agua.

Sobrevive, dice Lauren, desde su cobijo remoto, en alguna habitación del miedo, hilando sombras entre los espantos.

Dice la pitonisa que aún no llegarás y que en la tierra baldía murió Eliot encendiendo mi cadáver. He vuelto a la vida porque te yergues en un reflejo, leyendo las páginas que leo de este junio cruel.

Abril no abre zanjas en el hielo, caen los pájaros sobre los lagos y se hielan los campos.

La noche arranca las raíces de los jardines que no germinan.

Habré de aguardar las celestes esferas de tus ojos mágicos, que nada son en la distancia.

La muerte

En el camino se curvan mis huesos como el árbol seco que no ves y que contemplo entre atardeceres en el resplandor de una ventana.

Desde la noche más oscura refulge el sol como el caballo bruñido que centellea junto a la luz de mi mesa ¿Es tu noche más oscura? ¿Perdiste el perfume de tu infancia? ¿Tienes la edad que no me alcanza?

Tu aroma sobrevuela sobre mi sueño y no avizoro el día que saldré de casa. Merodean los fantasmas en mi alcoba, pero no saldré de casa.

La abuela gime, tiene roto el esqueleto y no se apura por morir, pero muere cada minuto. Llama a Mary, la hermana que murió en abril de 1999. Ha deshojado los calendarios fingiendo ser el hielo, pero la hora de su locura ha llegado y clama por ella.

Mary no vendrá aunque la abuela desvista su piel en la intemperie del invierno por unirse a ella. Tiene la cadera en miles de pedazos y la memoria encapsulada. Los días contienen su gemido.

La peste vino con el derrumbe del techo y algunos aparatos descompuestos. Era la noche más oscura.

El miedo

Lloverán aún las flechas de tu aliento o del aliento del hombre convertido en veneno y arrancaré las hojas del otoño sumando odios hacia hombres que no conozco. Cada caminante es un enemigo. Es mi ansiedad que agranda los objetos. Soy yo o la razón que ampara mis argumentos.

La peste se llevó las tumbas sobre fosas de arena, tierra muerta y seca. Eloise, que todo lo ve, no vislumbra el día de mis ojos, de mis ojos que dan la vida ¿Puedo pensar en algo distinto? ¿Debo someterme a los años que me aplastan? Cada día juega en mi contra. La peste puede deshacerme, pero los días muertos se suceden sobre las hojas de mi sepulcro.

Las barajas son el abismo que alarga las horas y apura a la muerte. No temas, dice Eloise.

Las barajas son el abismo que alarga las horas.

Las barajas son el abismo.

La sombra

Para nacer hay que morir y cerrar las alas para dejarse caer, cortar las fatigas con el filo de una daga, romántico designio, determinación de la hora postrera.

El último vuelo torna mis ojos a la luna. Ellas, las niñas, vuelcan sus torvas palabras como espadas de fuego. Marianne y Joan. Juegan con la muerte, la siembran en mi boca.

Habré de morir como la hora exacta que entrelaza la noche con el día. Esa es precisamente la hora más oscura. Cuando las rosas se tiñen de sangre en el viento y mi corazón humea como un vuelo nocturno, como un ave que se despedaza ciega por la niebla. Vuelvo a Gibraltar, a la noche más oscura, a las voces que gimen en los desiertos.

Mi casa es una fábrica de penas. Se deshizo el techo por las lluvias, pero la habitamos presos. Corre la muerte como un rumor de peste y las gargantas se tuercen como pájaros trémulos. Yo elegí mi día y mi hora. Las niñas crearon la autodestrucción como una palabra banal. Yo la hice mía porque el anticipo es siempre la fuga.

Me niego a contemplar mi dolor cuando la muerte son dos alas negras que me separan de la vida, que me separan de la muerte.

La fatiga

Los ojos como dos colgajos contemplan mi cuerpo arder.

Es la única antorcha que preludia al día.

Ya se agotaron las excusas.

La daga es una llave que se tiende por mi pecho, que toca mi corazón en las tinieblas de una vela que soplo, que se apaga.

Ser o dormir, tenderse con los párpados hundidos en una serena noche nupcial. Ella y yo, la muerte y yo, la muerte.

La evasión

Lauren tiene el cuerpo mineral. Sobre ella corren las olas y mi sangre. Partiré sin verla.

Su nombre es la reverberación del sol que cubre de siluetas castañas mi casa, pero no le di tiempo.

La peste es un abismo vano que destruye mis posibilidades.

Entre la muerte negra y el hilo de sangre de mi pecho, elegí la libertad.

Dormir, sí, dormir. Mientras ellas, Eloise y Lauren, cantoras del día, abren los ojos y aprietan mi cuello, yo duermo.

No interrumpan mi largo silencio.

Que no se abra la tumba ni corran trapos viejos sobre ella.

Lauren no existe, sus ojos son azules como el mar ligero de mi copa.

Bebo y en la daga abro la pulpa que late, muero con el corazón abierto.

Es una carrera contra el dolor que las mujeres evocan, una carrera contra sus vocablos de fuego.

Escribo mientras yacen para despertar sobre el desastre de la casa. Mi habitación es estática como una jaula. No hemos salido, probablemente nunca saldremos de ella.

Las promesas rotas como puentes rotos. Las rosas ya no aparecen frente a mis ojos.

Qué es morir. Me he dado la vuelta para no escarbar más sobre mis viejas preguntas.

Es la noche más oscura y dentro de ella es la hora más negra, la que antecede al sol que rige la vida.

Sepulcros vivos

Todos han perdido el miedo, la señora Strasen camina por Gertz con el rostro destapado. Inhala el aire espeso y muerto.

Todos han adquirido el hábito de no temerle a la muerte. Ellos no son místicos ni bestias, son hombres y mujeres que siguen circulando con el mundo.

Yo me resguardo en casa y la cobardía es una sensación desgastante.

Retratos de la guerra

Los alemanes ocupan Ámsterdam, las páginas corren atrás, mil años atrás.

Una nube de metrallas rompe el paisaje, ciudad endemoniada llena de ojos, cascos que merodean la niebla.

El más ligero golpe de maderas y estaremos muertos.

Es un escondrijo de cuatro por cuatro y Anne escribe, desliza en secreto y en grafías claras las dimensiones de su miedo, es un diario que recorrerá el mundo como un solo poema, disfrazandolas de una normalidad que solo ella concibe con sus grafías delgadas.

No verá la luz sino en un tren y alineará con treinta o cuarenta niños rumbo a la muerte. Nubes de gas en las bañaderas.

La esperanza

Me responde un violín que toco en la penumbra sólida de mi escondrijo.

Lauren se fue con su familia y el corazón delator ganó los infiernos con el veneno de su boca.

La peste o la guerra, Ibrahim, yo creo en la imaginación y creo en la imaginación más que en la materia que habito.

El espíritu me habita y diseña todo lo creado.

Es el matrimonio de William Blake y sus simbólicas imágenes.

No es magia ni artilugio del mago. La vida de Anne y la mía, la de todos, hila en varios puntos en una esfera en la que todo se conecta.

Nada queda suelto o librado al azar. Quizás no entiendas el lenguaje oculto de los dioses ni el significado de los sueños.

Los ojos cerrados

Me cansé, señora, de escribir crónicas de muertes. Ellas ocupan mi cuaderno como una suma de obituarios.

La peste se ha ensañado con hombres y bestias, ha quebrado la espalda de los fuertes. Solo es justificable la fuga en el encierro.

Bajo las sombras de la casa imagino y Estambul aparece en mis ojos o la guitarra de Eloise que vibra con una nota que remece el infinito.

Huelo el plancton y llega como brisa tímida el abrazo del mar que mis ojos tocan. Y mis ojos se hunden en el verde esmeralda del Caribe de unos ojos que me miran. Son dos ventanas firmes que me llaman para que me hunda en ellas y no lo dudo.

Me sumerjo en sus aguas y recorro su alma infinita que es la mía y la de todos.

Amo mi espejo y su reflejo, ambos tienen una semántica distinta, no son lo mismo.

Yo soy ella y ella es mi alma de viento sólido. Es una ventana que me conecta con la vida.

El fusil y la dama

Me habla bajo las nubes que distraen la mirada y me habla con las pestañas y el negro de sus ojos delineados.

Ya no es Eloise sino una transmutación que mi razón no alcanza a comprender. Divina ensoñación, eres Eva, yo soy Adán.

El árbol es la tercera persona del plural que somos en uno.

Desnuda, besas mi frente.

Las pecas son la ilusión de una pintura de Van Gogh, como astros oscuros sobre la arena mojada.

Suave al tacto.

Eres ceniza y fuego del tiempo, y mis heridas te pertenecen.

Un beso es la mariposa leve y húmeda que descansa de sus fatigas.

Ojos sobre ojos y dentro de ellos la inmortalidad que funde las almas en un abrazo.

No digas nada, las palabras no sirven ahora. Siente, porque en sentir enraiza la vida y las venas laten y todo se crea.

Adán

Dioses que habitan cuerpos mortales, crean imágenes con la convicción de los viejos magos. Han osado robar el fuego de los dioses, el secreto infinito sin propietario.

Todo es nuestro y lo nuestro es mío, eres mi criatura porque a mi semejanza te hice para habitarte en una experiencia humana.

Yo me habito, extiendo mis brazos extraños y los asumo como míos. Recuerdo mi niñez y el primer asomo al espejo, el asombro de ser hombre o cosa.

Criatura, te inventé un nombre para que fueras solo una, no dos ni tres.

Creé tus ojos y tu vestimenta solo para tantear tu cuerpo desde mi vergüenza, que es la tuya.

Diferentes estructuras que se descubren como carnes, pero que trascienden la densidad de su materia.

Eva

Mortal Eva, amé tu corazón que en mi mano temblaba sin latir.

Amaste mi corazón, pero no hablemos del pasado.

El tiempo es el transcurso de nuestra mirada que ahora enciende los prados. Ahora es un tiempo que reúne a todos los tiempos, como las cartas de una baraja en una caja.

Cada carta es un evento y tu beso ocurrió y ocurre, es un ciclo cerrado que vivo en un instante y en todos los instantes porque no deja de existir.

Mi beso pertenece al tiempo que se repite como se repiten todos los eventos, todos reunidos y simultáneos.

Hoy nací y morí al mismo tiempo. Hoy besé tus labios y los cerré para no verlos más.

El Paraíso nos era extraño, expulsados de él conocimos el tiempo de los relojes y el cálculo del dolor y los adioses.

La persistencia del miedo

La peste es un contraste y evito pensar en ella.

El miedo es el enemigo del amor y el amor en la conexión con el universo que mis dedos tocan sin estirarse.

Huyo de los pájaros y ellos huyen de mí. No es hora de mirar por las ventanas.

No es hora de mirar, no es hora.

Divina Eva, esta es una ciudad de muertos.

Una lluvia de metal ha destruido a sus habitantes. Ellos huyen a las montañas para morir, porque la muerte no teme, aprieta los cuellos y cercena las cabezas.

La vida es una ilusión, la hija de una concepción antigua.

Nuevos conceptos de la muerte

La muerte es banal. Era un escándalo cuando morían todos de uno en uno. No existían las fosas profundas y las hiedras aún trepaban por los muros de Saint Michel.

Las hojas no tapaban los nombres de los muertos y no habían inventado el miedo. Los museos eran la constancia de la inmortalidad, la memoria persistía dentro de ellos, inerte.

En la inmovilidad estaba representada la vida, como hoy la muerte se representa en la agitación. Un hombre se ahoga dentro del aire espeso y mañana serán dos y tres hasta que los cuerpos cubran los caminos.

Miedo, me hablaron del miedo como de una invención extraña de la mente y no temíamos. Habitábamos los campos de batalla, las espadas eran filos refulgentes, apenas eso.

Morir como insectos en frascos, resguardados del clima húmedo y ruidoso, pero condenados, presos de la peste invisible que llega sin tocar las puertas, llega para habitar los bronquios y el respiro.

En la noche más oscura no soy el héroe, he mostrado todas mis heridas.

Ilusión acerca del tiempo

Ha llegado el tiempo de ser el hombre que mira el campo florecer desde su ventana, ha llegado el tiempo de ser el hombre que mira el campo, ha llegado el tiempo.

No debo hacer nada. Solo sentarme en la terraza con Florence y sumar el oro que tocan mis manos. Celebro el comedor y la habitación, cada objeto y los cuadros que en sus paredes cuelgan.

Mis hijas alcanzan la cumbre, allí donde ríen y recuerdan la vieja casa y los pasajes estrechos ¿Te acuerdas de la peste? Contemplo el mar y aprieto el volante, mis ojos son dos cometas. Tengo la luminiscencia de septiembre y la sonrisa azul en la mirada.

Nueva ilusión del tiempo

Tengo el poder sobre las cosas grandes y sencillas, hablo, gesticulo, me aplauden, me convierto en oro y palabra. Yo soy rico como Salomón y empuño la vara de piedras preciosas.

El secreto de ser es sentir, sentir es ser, la alquimia de los viejos profetas.

Reposo mi cabeza sobre una habitación del piso tres, escucho los relámpagos de los motores en el amanecer.

Las niñas han crecido y tienen la toga del segundo paso, sus cuellos cubren de amarillo y blanco. El birrete tiene su propio culto.

Desde el océano mis ojos son aguas firmes y cálidas. Un pez cubre mi mesa y celebro la vida. Hemos de cantar la victoria con todas nuestras voces.

Desde la luz del día

¿Recuerdas la peste? Miro la nube de metal y rubrico el papel oficial.

Yo soy el que soy, no caben las dudas sino el sentimiento de ser.

Los ojos atlánticos se fijan en los míos, negrísimos y alegres.

El olor del jazmín nos detiene en la calle oscura.

Ella es la segunda estación de mis besos en el dia de la luz. Atrás quedó la noche más oscura porque para nacer hay que morir, quitarse el traje, lavarse la cara y borrar el nombre propio del viejo libro.

No hay renacimiento sin sepulcros. Nadie es lo que es sin romper la memoria antigua.

El futuro desde la ventana

Ella me besa, su boca aletea tan ligeramente sobre mis labios, la salsa cubre nuestras caras y la noche es fresca.

Abril no es el mes más cruel.

Es la primavera del norte,

Las hojas son arrastradas y depositadas al filo del camino.

El sol se perfila bondadoso y limpia los caminos de sus viejas malezas.

El caldo nutricio me otorga la juventud. La carne no es magra, la habita el infinito, y el infinito no es magro.

El viento ya no en denso y aligera sus cargas.

Caminamos ya lejos del jazmín y no hubo otro día igual.

Es la cuadratura o el círculo perfecto, el llano pleno que nos muestra sus lagos y sus montes. Vibra veloz como el aura del agua que cae desde la cumbre.

Nunca antes mis ojos brillaron bajo los faroles difuminando sus luces.

No hay más sobresaltos.

El cofre llega repleto cada mes y me tiendo sobre la hierba, como Whitman, para cantarme.

Heráclito muere en la sombra de un abeto, equivocó su cálculo.

La Metafísica es más poderosa que sus humanos razonamientos.

Amanece.

El tercer miedo

No me dejaré vencer por las voces que me hablan desde las tinieblas. He cubierto las ventanas para detener el aire y las flechas que vuelan desde la niebla. Pulmones rotos, miles de pulmones rotos.

La niebla vuelve a mí porque en la destrucción encuentran la victoria.

La abuela vive o muere en la habitación cercana y los ojos se abren apretando el aire.

Divina Eloise, tú que representas la vida, eres la calma de mis fiebres nocturnas.

La muerte tiene los ojos de la anciana y el miedo vuelve como el cuervo que en febrero me atacó en el parque. Agorera tarde aquella cuando los remolinos me advirtieron del mal que venía de Oriente.

Los cobardes transmutan en héroes en las horas determinantes.

Esta no es la hora, la aplazo para no moverme de mi sitio.

Todos son soldados y demonios al mismo tiempo y a todos ellos los eludo.

Los que juntan los cadáveres, los médicos, la interminable fila de hombres que transitan por la avenida, a todos los esquivo con las alas de un pájaro.

No salgan de sus casas.

Corran de las sombras de los árboles y de los espacios abiertos porque no hay escondites ni sótanos que nos resguarden.

Dimensión extraña

Ignoramos sobre el devenir del tiempo y conocemos la materia de la luna.

Dicen que hay portales que se abren.

Dicen que somos creadores de imágenes.

Tantas palabras vuelcan de los libros viejos.

Los diapasones tienen una magia que no engaña a los ojos.

Vibra mi boca repleta y vibra la Tierra.

Los cálculos infinitesimales han ganado la partida al descubrimiento del fuego, pero la anciana deletrea su nombre y vierte sobre la cama todos los alimentos. No hay nada que se pueda hacer.

Recuerdo al gallo del encendido pico, lo recuerdo caer sobre la arena.

Recuerdo más precisamente su cuello largo y pesado.

No levantó la cabeza, le insistíamos para que retorne al ruedo.

No levantó la cabeza.

Hay frágiles duelos y batallas inútiles.

Las batallas inútiles son impuntuales.

Hay un tiempo de los relojes que lo cubren todo.

Nada podemos contra la muerte

Segunda dimensión extraña

Mortal es la anciana. Mortal es mi madre tendida sobre la hierba, lejos.

Me retiro a pensar en Burgerssen, tierra de los inmortales. Allí nació el Balssen, un ángel de la divinidad cuyo mayor prodigio era nacer en la orilla del mar de Larssen. Te sonará todo extraño, extrañas son las mitologías y extraños los demonios con los que jugamos los hombres.

Extraños somos todos los que habitamos la casa sin apurar los tragos amargos.

Conocemos el calendario y tememos a los puentes. Tienen un inicio y un fin.

Balssen es un círculo, su vida transcurre en un libro que leemos y releemos infinitas veces.

A él le debemos la vuelta a la vida y el eco de nuestras palabras.

Todo se repite como en el círculo, cuyos puntos transitamos infinitas veces.

Pero el espacio es una esfera y muchos círculos lo habitan como múltiples vidas,

esas múltiples vidas que recorremos bajo el artilugio de las infinitas posibilidades.

Invento una imagen, Anne cruza la frontera con el ejército soviético. Es libre.

Su cuaderno desaparece, nadie lo reescribe y ella se difumina.

Ante mí es solo una posibilidad entre muchas de las que ocurrieron en aquella gran guerra.

Carece de un nombre y de un rostro.

Así son las esferas. En una curva Anne escribe y yo leo sus letras.

En otra curva de distinto destino, la ignoro y su muerte no trasciende.

Debo volver por la misma puerta al futuro que he cocinado. Cada cuerpo es un ingrediente. Bebo mi té de la tarde aunque no nos ha sido dada la tarde ni el té.

Mientras tanto, desde una ventana al Paraíso observo a los jugadores de golf medir las distancias.

El océano tiene tus ojos, Eloise, y de tu boca emerge el fuego del día como un sol que asombra. Por ti supe de Anne Frank y, creéme que la busqué en los campos alemanes.

Es tarde.

Jinetes del Apocalipsis, es la noche más oscura.

¿A dónde iremos todos? ¿Cuál es el camino que nos transporta desde la tierra a las bellas praderas? Amanece y solo veo las sombras de cuatro caballos en el cielo de York.

Todas las muertes

Murió el carpintero, también la señora que hace el pan.

La peste arrasa con las flores.

Los girasoles ya no existen.

En la noche más oscura solo aguardamos las malas noticias y ellas se arremolinan sobre el papel para quemarlo, para quemar mis ojos y la vida.

El fuego consume el tiempo que nos queda ¿Qué nos queda?

¿Y qué obtengo de todo esto? Cementerio de carne, ¿hacia dónde nos lleva?

Cruzo el jardín, despavorido y repleto de ausencias, corro a matar la memoria, la prisión que se manifiesta, quizás por razón de un susto antiguo.

Hemos abandonado los viejos credos.

Todo es una protección y para renovar las alas del pájaro herido se debe despellejar lo que nos queda encima. Me corto las manos, raspo el aire con mi aliento seco, ¿qué queda de mí?

Es un proceso doloroso, debemos asumir que somos lo que no parece que somos.

Nada es verdad, la materia es un embuste y nadie alcanza el cielo sin destruirse para renacer.

Veo frente a mí la película y quiebro la pantalla, me he deshecho de los viejos anhelos.

El terror es una etapa antigua. Nadie vence a la muerte si no muere al mismo tiempo.

Vino nuevo en odres nuevos.

Ahora veo claro, soy el señor que se asoma por la ventana de un edificio nuevo.

Un motor me potencia y una multitud se arremolina para tocarme, para tocar mi cuerpo vivo, mis manos.

Celebran mi victoria, porque he cruzado el lago negro, los hombres celebran mi victoria.

Reinicio un camino firme, las playas el sur, el velo nupcial, las calles modernas, la vegetación.

Le hemos puesto nombres a las cosas, porque renombrar el mundo es revestir a la vida. Somos el fuego que deja atrás las viejas ciudades.

Segunda crisis respiratoria

Proust trazaba líneas gruesas sobre una página más delgada que su aliento.

Inhalaba el aire espeso, lo cortaba y exhalaba.

Crisis respiratoria, veo a todos morir ahogados en las calles.

Los jinetes siguen su rumbo, no hay piedad.

Los truenos pican los hielos del lago, allí donde murieron los patos.

En una cama el escritor rastrea cada minuto, la taza, la cuchara de plata, el olor del pastel.

¿Has pensado, Eloise? ¿Crees que en la garganta rota se esconden las miserias que callamos?

Anne escribe y doblega al día, no recuerda, solo toma nota para un reportaje que tú y yo leeremos cincuenta años después.

Segunda crisis respiratoria. El hombre abraza un balón de oxígeno. Retiene la vida en cada hilo de aire que se cuela en su boca. Sabe que va a morir, pero arrastra los pies. Ya no es uno, son dos y tres. Un ejército de mortales se alinea al pie de mi casa.

Sótano de Anne

Debajo de la primera planta de la casa hay una habitación que esconde maderos y muñecas rotas. Ámsterdam cruje como una galleta delgada. No hay ventilación y el olor de la pólvora llega por los intersticios que comunican la casa con la calle.

Ella escribe que los platos rotos tienen una coloración extraña, como el anticipo de la sangre.

No será ni la bala ni el gas los que la maten, serán los efluvios de la muerte en una ruina que erigieron para ella. Nunca trepó las rejas y nunca el tiempo corrió para alcanzarla. Quedaban pocos días y los días no se cuentan en las noches más oscuras.

Señor Frank, usted vuela como un pájaro nocturno. La memoria es una construcción siempre válida cuando se trata del dolor. La memoria es solo un rastro despojado de contenidos.

Los hombres son los enemigos

El jinete del caballo alado, el que veías trepar sobre las nubes densas es la bestia negra más peligrosa. Supera a todos los cuadrúpedos que corren hacia nosotros con sus espadas de fuego. La bestia se ha detenido y nos observa, extrañada.

1348, los bubones sobre los cuerpos arden como flamas y los muertos ocupan los caminos. Sir Walter abandonó los estudios de Medicina porque carecía de los instrumentos para medir el cuerpo. La sangre era un río caliente cuyo destino y razón no comprendía.

El hombre exploró los bosques de Werfall y apretujó sus carnes con una sábana.

Las miasmas no pertenecen a los bosques. Las miasmas son el calor húmedo de las ciudades.

Hoy encontraron su cadáver bajo una montaña de moscas. Tenía el rostro signado por una antigua sentencia.

Anne lee en el sótano sobre la vida de aquel hombre que en una cabaña no resistió la llegada de la muerte negra. Sir Walter leía sobre la hambruna que mató a su abuelo sobre los campos donde alguna vez creció el trigo.

Yo leo sobre Anne en un patio de baldosas quebradas.

San Juan

La casa corpórea se deshace entre los mapas.

Buscamos el camino a nuestros aposentos desde el interior de ellos. Proust masca el ralo aire que le queda dentro de una habitación sin velas. Su espejo se triza ante sus ojos hasta quedarse dormido.

Anne, conoció los mismos mapas, los que llevaron a Sir Walter a la cabaña donde habría de morir.

No hay luz sin su contrario.

Ya sabes, Eloise, lo que es la disolución.

Temes al hombre que cruza la calle, él lleva veneno en su boca. Ya conoces el temor.

Padeces y te quiebras. Habrás de quebrarte como un tronco flaco mañana, cuando el reloj marque la hora en la noche oscura.

Te repugnan las sustancias que pruebas con tu boca y la voz del niño que vocifera cerca a la ventana. La peste tiene sus aliados.

Liberarte es morir o contemplarte en el espejo. Ya conoces el sendero.

Crisis de existencia

Respira, no una sino dos o tres veces más. No me preguntes la hora. Mira sobre las rendijas o cierra los ojos y no los abras hasta las primeras luces. Somos juguetes de barro al borde del agua.

Miénteme, no una sino dos o tres veces más. El sol está en mis manos y sobrecoge todos los rostros, compungidas almas que nos acompañan en la travesía.

Inventamos a las bolas de cristal para conocer el largo de la línea y los episodios de luz. Nadie habla de la muerte, los animales la ignoran pese a verse en el reflejo de las bestias mal heridas.

No me hables, permite que fluya el río que conecta las cuatro ciudades que median entre la sangre y la luz. Respira.

Itaca

Eloise mira desde un balcón de plata, el verde infinito de sus ojos ha iniciado la travesía. Hemos llegado a Itaca. Veinte años en el mar, quedaron atrás los monstruos marinos.

Marianne quedó atrás. Ella tenía una cólera muy antigua, tenía la prehistoria en la boca y un camino a medio hacer entre los puentes

¿Dónde guardas mis cartas?

Me pregunto si te sirven o son papeles viejos para la hoguera que fuimos desde el albor del tiempo.

El mar es ancho, estás en la superficie, Eloise. Respira.

Lejos del amanecer

Una ciudad de oro se erige para nosotros, miren la puesta del sol sobre la hierba. Y no me creían cuando les decía que detrás, muy detrás, nos habita un mundo invisible de infinitas posibilidades.

Levanten con sus manos la estela violeta que comulgue con sus sueños. Fijen una imagen breve, sosténganla y persistan porque desde la espesura de la sombra nace la claridad.

Las flechas nos preparan para las mejores horas. Nada es casual. He creado un mundo para ustedes, yo vivo en él como un danzante que ríe de las tormentas.

Itaca, te alcanzo a ver.

El puerto y el ancla. Corramos por la calle desierta, allí donde lo viejo es un montículo de aire. Hemos llegado, pero no muy lejos. Reviso las coordenadas, Eloise.

Respira.

Las balas del enemigo

No hemos salido de casa. El enemigo pasea sus rifles.

El acero de sus ojos rastrea en la penumbra. Se acabaron los víveres, nos pesan los párpados. Los pies pesan y Eloise no aparece.

Pesan los pies y las manos como anclas.

Me he tendido a dormir sobre el cemento.

Quiero convertir mis pulmones en hielo y el pensamiento en escarchas ¿Colocarán los cañones de sus armas sobre mi cráneo?

Disparen, aquí no queda más que maderos huecos en los techos.

No hay salida.

Las tropas desfilan sobre la plaza, sus pasos son disparos que retumban mi ventana.

En el paredón han escrito mi nombre con sangre. En el paredón pasean sombras.

Anne, los alemanes son como nosotros, una voz tornó en escarchas sus manos. Tienen la sangre helada y disparan a matar.

La mujer yace con su vestido de rojo sangre sobre la acera.

Ellos ríen de su última hazaña.

Eloise, perderás tu rastro dentro de una fosa. Amontonada entre piedras y lodo, caes Eloise.

Lo veo a la distancia desde un hoyo en la tabla a través de la cual miro el mundo.

Un tramo de plaza, cinco metros de asfalto y una pared blanca que se deshace por el tiempo.

Anne me pregunta por ti y no tengo palabras.

No eras la invención en mi cuaderno ni el retrato en el cuaderno de la niña.

Ya no queda luz en las calles.

Solo cuerpos que se agitan.

Respira.

Un hilo

Respira, Eloise.

Anne yace sobre una alfombra de paja.

La luz colma tu vertebra rota.

Es la vela que acerco a tus manos.

Se impregna el perfume de tu garganta.

Hemos perdido las alas.

¿Hacia dónde diriges los ojos?

He cubierto las ventanas con una vieja tela.

El terciopelo no sirve,

no sirven las monedas ni el aire.

En noches como estas nos prodigamos besos.

Hoy las vidas son puentes rotos.

Desde Noctumbria a las abadías.

Los cometas no se disipan y se dirigen a la Tierra.

Tiempo de muertos y de hielos.

La caja de metal

Quizás recuerdes el ascenso lento.

El edificio tenía cincuenta pisos.

Nunca llegamos al quinto.

El hilo de aire se te quedaba en la garganta.

Le temías a los árboles y a los montes.

Primer respiro

No es fácil, ninguna plegaria es fácil.

El agua se convierte en espuma,

no porque lo clamemos,

es un juego de flujos

que inflan las aguas,

un juego que nos supera,

un juego que nos vence.

Se inclina la cumbre,

No es una mano

No es una mano trémula

que ladeó las piedras.

Respira.

Segundo respiro

No olvidaré a quienes lo hicieron,

Los jinetes son hombres muertos.

Es absurdo desafiarlos.

Son los dueños del tiempo.

Herederos de la mitología.

Ellos vienen por nosotros.

Un hombre muere en la esquina.

Sus manos están apretadas.

Sus ojos están abiertos,

dos círculos firmes.

Su cuello es una piedra prendida,

Llega el aire y el pecho se hincha, lo veo en tus senos que entroncan con el cielo.

Se va pronto.

Se va.

Tercer respiro

John, le decían. Era fatuo.

No supimos su verdadero nombre.

Está sentado y no hay ofertorio,

no hay aire que ofrecerle,

solo el abrigo que no necesita.

El último jinete sobrevuela.

Hemos construido una barricada.

Llantas viejas en el sótano.

Fogatas, imploraciones y crucifijos.

Por la ventana opaca atisbo a John.

Hijo del herrero,

Oficio de otro tiempo.

1350, Londres.

Exhala y deja ver los estragos de su vejez. Corre el aire que alimenta el espacio.

Pronto huye.

Volvemos al Génesis.

Adán.

Cuarto respiro

Es solemne el cuerpo que se arquea sobre el poste.

Se resiste a morir.

El instinto no delibera,

solo conoce de luchas y exploraciones.

Una ráfaga de aire se cuela por su tráquea y colma sus ojos de una nueva luz.

Se aquieta.

Vaho, vaho, sobre el espejo.

La tarde le recrimina la esperanza.

Quinto respiro

No puedo aproximar mis manos a Watson.

No puedo aproximar el cuerpo.

Tiene los brazos extendidos.

Tiene los brazos cortos.

Se amarra con ellos.

No alarga las manos,

ellas son pequeñas

como las letras

de su epitafio.

Sexto respiro

Oye esa marcha fúnebre.

No son las cenizas de tus ojos.

La muerte los cruza como flechas.

Inhala, el aire se adelgaza.

Me disfrazo de arlequín.

Me escondo bajo todos los disfraces.

El palacio es amplio,

es complejo,

tiene habitaciones de colores.

La máscara del espectro se desvanece.

Desde la noche más oscura

gimen los arlequines y las danzarinas.

Séptimo respiro

Tanteo el crepúsculo en una foto.

La claridad del fuego destruye a los monstruos, alcanza el aire, estiro el rostro.

Caen los pétalos.

El polvo es un espejo.

Tus ojos tienen contornos vacíos.

La anciana hace todos sus esfuerzos.

Mister Perkins encorva el esqueleto,

sus pulmones son frutos maduros,

negros velos cubren los epitelios.

Octavo respiro

¿Qué es un espasmo?

Siempre me hablaron de espasmos.

Los inhaladores se alineaban en una caja

junto a la hielera.

Ironía del tiempo.

Vuelve la marea de aire completo y se acopla a mis pulmones enmohecidos.

El velo de la luz.

Vuelvo a la vieja creación.

Déjame, Dios, crear lo que me pertenece.

Permite una oración de tres frases.

De un soplo vino la vida, exhala,

Inhala, exhala.

Respira.

Noveno respiro

Anne se balancea. Otto Frank escribe.

Anne se balancea.

La flor se curva.

El tronco se tuerce.

Entra la tromba en la cueva.

Sale por los respiraderos.

Líneas de agua

sobre estrechos caminos.

El laberinto de Creta.

Tengo una apariencia.

Esa apariencia vive.

La vida es el fenómeno.

Nada existe encima de los ojos.

Sombras y luces en curvaturas.

Átomos que toman la forma

de sombras sólidas.

Una.

Dos.

Tres.

Décimo respiro

Epicteto.

¿Qué es lo perfecto?

Nicopolis.

Enséñanos a morir.

Nadie nos enseñó a vivir.

Tierra desierta.

Lejano brío.

Eudaimonía.

Contemplo.

Solo por fatiga.

Un hombre yace y extiendo mi mano cruzándola sobre la corriente de viento.

Imperturbable.

Epicteto enfermó.

Llevan su cuerpo sobre mantas azules.

Contempla.

Un haz de luz en tus ojos.

Eloise, la claridad es una semilla.

Undécimo respiro

Desde la noche más oscura anclan los cantos.

Las sirenas despiertan, las cumbres clarean.

Reverenciada ave del fuego,

la luz mortecina de una vela deja de importarnos.

La anciana permanece inmóvil.

La floresta crece debajo de la niebla.

Respira.

No una sino dos y tres.

Concentra todo en el vientre.

El riachuelo muere.

Mueren los himnos.

Cuatro hombres sobre la hierba.

Son estatuas al sol,

allí quedarán quietas.

La peste es una nube de ceniza volcánica.

Bergen-Belsen,

Anne es un libro rojo

entre erupciones y fuego.

Duodécimo respiro

Un hilo.

La palabra se entrecorta.

Césped.

Manzana mordida.

Tronco añoso.

Eva.

Retratada mujer.

Autorretrato en el árbol.

Los manzanos son enanos.

Los manzanos.

Eva.

Un

hilo.

Amanecer en Vermont

Te copio los versos de una página antigua que sabe a un agrio licor.

Te copio las fotografías de Eloise cuando cantó sobre las tablas de un parque.

Fue la última vez que vimos Nueva York.

La peste huyó saltando vacíos.

La peste cayó sobre el arenal.

¿Has visto al sol calcinar las carnes?

¿Has visto al hielo desafiar al tiempo?

Una anciana aspira el aire seco.

Del polvo vino.

El hollín dibuja siluetas sobre las ventanas.

Una anciana camina al puente de Caronte.

Deslizo mis dedos sobre sus labios secos.

Su lengua yace con todo su peso.

Es el tiempo del aire y de las visiones.

Las hojas tamizan de rojo las calles.

La vida nace al sol.

La muerte desembarca

para llevarse el cadáver.

Claro de luna

Recuerda el Támesis y los besos que aún sacuden tu boca.

Es importante no volver.

Muda el rostro y cambia las cortinas.

Vamos lejos, todos, hasta las colinas de frondas blancas.

El arte de sobrevivir desiguala a los hombres.

Vuelves, Eloise, lloras sobre las nieves.

Besas la piel que se cuarteaba.

En tu noche más oscura la peste cruza por los torreones.

Nos observan con sigilo los pájaros.

¿Qué te puedo decir ahora?

Las cucharas no relumbran.

Las habitaciones han cambiado de formas.

La vida solo se renueva en el olvido,

solo se renueva en los vacíos sucesivos

que nos enajenan.

No te reconoces en tu cuerpo.

Hija.

Madre.

Respira por segunda vez

No, no es la mano de la peste.

No se han roto los muros de tu boca.

Tu garganta crepita las palabras como lenguas vivas.

Nada hay de muerto en ti.

Una mujer ha cruzado los años.

Se dispone a partir.

No bombean sus pulmones,

piezas pequeñas de acero.

Un hilo.

Sin mayor agitación.

Un hilo.

Poco queda.

Seis y veinte.

La hora crepuscular.

La espada y el toro.

No hay más.

Sus últimas palabras

Un rugido.

Un ruido breve.

Furia.

Angustia.

Remotos recuerdos.

La risa de su padre.

Vertebró sus últimas horas.

Rígido cuello.

Silencio.

Crisis de aire

Escaso.

Ralo.

Fúnebre.

Inmóvil.

Piedra.

Silencio.

Introduce un alfiler por su dedo.

El dolor vivifica.

No hay vida que no corresponda con el dolor.

La hora del cuerpo aguarda su tránsito.

Nació con el siglo.

Ha de morir tras la sombra de la aguja del reloj.

La peste se cierne.

La habíamos olvidado.

Junto las colillas de mis cigarros.

Las humaredas cubren la ventana.

como marchitas flores blancas.

La exhalación de Eleonora

Tiempo.

Su cuerpo es un mar quieto.

Los mares quietos son cálidos.

Quieto es el hielo.

Los adioses son grandes avisperos.

La piel está tachonada de circuitos.

Eleonora se alza

con sus ojos firmes.

He cubierto de girasoles la bandeja.

Las ofrendas se amontonan.

La piel es porcelana.

La lluvia picotea los tejados.

Desde la ventana

¿Recuerdas Eloise?

Desde la noche más oscura llegaron los insectos prehistóricos y las malezas.

No hay memoria corta que pode el árbol viejo.

Las cascadas blancas y los mechones bajo las tijeras.

Poco queda de aquello que fue, de lo que no somos.

Sobre el tablero, ensayo la sonrisa de Eliot.

Cabalgamos juntos como niños montaraces.

Detrás quedó la casa vieja y sus memorables espectros.

Nos rige el sol en todo su esplendor.