Miedo
Raúl Mendoza Cánepa
"De lo que tengo miedo es de tu miedo"
Recuerdo aquella vez que casi me ahogo en el mar, me costó respirar. Boqueaba como un pescado en la red. Desde entonces guardé mis reservas frente al océano. Me introducía en él solo hasta los tobillos, ganándome la fama de cobarde a la vela. Es un dolor punzante el de la vergüenza.
Sufrí de asma en mi niñez y los primeros recuerdos son los de mi padre montado en una bicicleta para conseguir un corticoide (por alguna razón no descubríamos en casa el inhalador), por lo que pasar la noche era casi velarme en vida, estirando el cuerpo para expandir los pulmones y contrayéndome en busca de un mecanismo de respuesta. El asma me siguió por la escuela y me dejó abandonado en la universidad hasta que un día se coló en mis bronquios cuando toqué las alturas de La Paz en un reabordaje. Enhiesto y reacio al oxigeno llegué a Santa Cruz, pero el asma me siguió a Lima.
De esas experiencias derivaron algunos ataques de ansiedad, pocos, pero lo suficientemente abrumadores para volverme a la convicción de mi propia mortalidad. Temer morir ahogado tornó a mis pulmones en máquinas vitales, pero frágiles, como dos balones a punto de vaciarse. En circunstancias seguras y normales no es natural pretender que la muerte ronda como un león hambriento. La ansiedad no impide ser funcional y en las extrañas ocasiones, expuesto a ciertos y escasos eventos, es como una mano trémula que estrangula. Es parte de ese juego imaginario e idiota que se debe abordar. No conocí la ansiedad sino solo después de un tiempo de para, cuando el ahorro devino en nada.
La peste actual toca la fibra de quienes tienen fijación en órganos que no representan ningún riesgo en tiempos normales, ver con sobresaltos los videos de gente que respita cortado, rápido y con la agitación de un moribundo mar adentro, eriza. Conozco a muchos fumadores impasibles que se las pasan bien, mientras sorbemos de sus humachos odiándolos muy en el fondo; no obstante, sería, en lo normal, un fumador de pipa o puro, huelo el buen tabaco casi como un oficio.
A veces, como Bocaccio o Petrarca lo sano es colocar la cabeza dentro del cascarón.