Los cuentos infantiles nacen como una necesidad correctiva, de allí que las grandes historias que nos leyeron no eran sino reformulaciones para no asustarnos. 

Los cuentos modernos, los que reviso actualmente, escritos por maestros y escritores, se orientan a formar en valores, por lo que no hay literatura que contribuya mejor a una buena sociedad y a la civilización que ellos.

El aprecio a los maestros y escritores infantiles nace de ese aporte que lo recibí desde esa primera edad en la que había dos opciones: ir recto desde la raíz o torcerme sin vuelta. Así, la literatura de adultos no es estilisticamente inferior, desde luego; pero su aporte es recreativo, mientras que la literatura infantil nos enseña, es un componente de la educación y, en buenas manos, un acicate para la mejor formación de las personas en su perspectiva de preservar valores e instituciones que nos salvan del caos de esta modernidad líquida (Baumann) y de una cultura que pretende vendernos la indignación como un rompeolas, cuando no como un arma arrojadiza contra la sociedad.

No hay mejor homenaje a esos maestros y escritores para niños que reconocerlos en su valor fundamental.