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¡Oh democracia, muchos crímenes se siguen cometiendo en tu nombre!

Opinión

Eddie Cóndor Chuquiruna

Columnista invitado

Publicado: 2019-11-17


Así como la libertad se volvió contra muchos que lucharon por ella, en el marco de la revolución francesa y otras disputas que siguieron por más derechos humanos, acabando con miles de vidas inocentes, hoy -casi 400 años después- en nuestra América y el planeta, la democracia se vuelve contra sus pueblos que la reclaman y defienden. En su nombre se cometen atrocidades y el mundo, la mayoría de veces por sus intereses y arraigos ideológicos, las justifican y hasta aplauden.  


EC

Todos la proclaman y en cualquier boca suena bien, porque vende y es señuelo en el mercado y cosecha de votos para el acceso al poder. No obstante, de todos aquellos que más la invocan, nadie se esfuerza en darle real contenido y vigencia. Por eso aún es intangible y valorada como una aspiración humana todavía muy lejana e inalcanzable.

Sus beneficios aún no llegan a sus destinatarios, el pueblo, por eso pocos creen en ella. Estoy aludiendo a la democracia representativa moderna, en la que el gobernante se sujeta a la opinión de su pueblo para que se implementen o abandonen políticas en orden -fundamentalmente- a los problemas y necesidades de un país. Tiene que ver, también en esencia, con el respeto de las libertades ciudadanas y un marco legal adecuado, suficiente para limitar la acción del gobernante; también conocido como estado de Derecho.

Les cuesta la vida o les vale un comino, a los que tienen acción política y hacen gobierno desde los órganos o poderes políticos del Estado (ejecutivo y legislativo), asimilar y aplicar esta lógica de vida en sociedad (la democrática). Sin embargo, pese a que viven de ella y nunca para ella, la mal utilizan ultrajan y pisotean cuando quieren. Por eso, cada vez resulta más difícil comprender al ser humano porque ya es regla pregonar lo que no se practica, ofrecer lo que no se cumple y engañar impune y cíclicamente porque la población olvida. Ya nada es predecible en los humanos, cada quién tiene su propio juego y la vida transcurre sin motivaciones más que las individuales o de pequeños grupos.

A estas individualidades y pequeños grupos de poder -fundamentalmente económico político y religioso- nada les importa vivir enfrentados con las mayorías y menos enfrentar a sectores dentro de esas mismas mayorías (a las que ellos llaman minorías). Con sus propias características y sin ir muy lejos, pasó hace semanas en Ecuador, está ocurriendo en Chile y Bolivia y perdura -por su carácter estructural- en Perú.

En ese sentido, si la democracia es una de las mejores construcciones humanas de todos los tiempos, ¿por qué se está devorando a sus propios hijos, a sus creadores? ¿Tenemos acaso en nuestros países una falsa democracia o nuestros políticos y el mismo pueblo que los sostienen y le dan cabida en la vida nacional la han desfigurado y vaciado de contenidos? ¿Qué hace falta para comprenderla y aplicarla bien? ¿Cuesta tanto vivir en democracia? ¿Es acaso democracia el instrumento para someter y generar relaciones de tiranía (perpetua), injusticia e inequidad?

En esa perspectiva, una sociedad logra un horizonte democrático en la medida en que su gente -todos y todas- cumplan las reglas de juego, aquellas que emergen del conocimiento y consenso y se hacen pacto social; esto es las respeten y obedezcan.

Por eso, citando ejemplos de nuestra cotidianidad latinoamericana, no hace democracia la sed de venganza y daño de los que ingresan hacer gobierno frente a los que lo dejan. Tampoco los reacomodos y mutaciones de quiénes viven de la política y se relacionan con el Estado para beneficiarse. Menos aquellas visiones que consideran al Estado una agencia de empleos y a los gobernantes sus “jefes”.

Siguiendo a Javier Romero Mendizábal (Santa Cruz Bolivia) democracia, en estos tiempos de despertar desde las calles, es “la acción política … para la restitución del orden y la paz.” Es “actos valientes y oportunos … para encauzar el rumbo hacia una construcción mejor”. Es “olvidarse que la ruptura no debe ser entre compatriotas, sino en función de un pasado irreflexivo, excluyente y sin autocrítica”. Es “encontrarnos con nuestras mejores versiones individuales y grupales para apreciarnos sin distinciones”. Es “ser mejores ciudadanos y personas”.

Algunos pensarán que es iluso vivir en democracia y tienen razón. La democracia es una buena capitana, pero la naturaleza humana hasta ahora ha sido un pésimo soldado.


Escrito por

RAÚL MENDOZA CÁNEPA

Abogado PUCP. Escritor. Columnista en Expreso. Ha sido integrante del staff de la página de Opinión de El Comercio y de El Dominical.


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