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La sociedad de la culpa

Raúl Mendoza Cánepa

"Duro oficio el del inquisidor; tiene que golpear a los más débiles, y cuando mayor es su debilidad".

-Umberto Eco (En: El nombre de la Rosa)

Publicado: 2019-07-02

Crecimos algunos con la convicción sembrada del placer culposo. Desear es condenarse. Algunas religiones más que otras asumen que cualquier resquicio de felicidad terrena es un punto menos para alcanzar la felicidad ultraterrena. Los rezos nocturnos en aquellos primeros años y la formación culposa determinaron que la neurosis se ocupe del resto en lo que de vida le quedara a ese ser humano de nervio, carne y hueso, por tanto de deseos.

El liberalismo a los dieciocho se encargó de explicar que la soberana voluntad elige su propia forma de ser feliz, pero en el fondo subyacía ese líquido espeso que es la culpa. Reír, amar, enamorarse, comer, beber, qué era lícito en materia espiritual y qué no para ese angustiado seguidor de Unamuno y de su sentimiento trágico de la vida. Trascender, desde luego, siempre debe ser mejor que llevarse a la boca una empanada o que la lujuria o la pereza. Nos toca en lo esencial, no en lo transitorio, lo que hace del mundo el peor lugar de veraneo, una temporal visita a los hielos. 

Si existe una creencia que condena, también la sociedad lo hace a través de todas sus inquisiciones. Las hubo para la fe y las hay, laicas, para el placer, para el amor. Ser políticamente correcto es, en realidad, ser políticamente incorrecto porque nada es más revolucionario que transgredir las normas de una sociedad puritana como la actual, una en la que un cuchillo se cierne sobre cualquier opinión. Sí, porque seas de derecha o de izquierda, también te han quitado el derecho de opinar. Sobre el sexo, el amor, las armas, la Patria, siempre habrá un ejército al servicio de lo opuesto y serás condenado.

Si Dios nos quitaba el placer del cuerpo, la sociedad nos quitó el placer de pensar, de pensar con honestidad, de pensar más allá del peligro, del placer de amar (aunque nada tenga que ver el amor con la voluntad, caballos locos de Fedro). 

Nadie está dispuesto a ser héroe en un mundo que no concede laureles, en el que solo nos queda el martirio del silencio y del olvido. Hace unos días opinaba que el encuentro sexual supera a la masturbación, alguno se lanzó con una diatriba que tocaba mi propia salud mental. Yo lo llamo "intolerancia", aún frente al error. El placer de tocar, de amar, de pensar, de decir...El Gran Hermano y sus feligreses nos quieren condenar a esa infelicidad que la culpa infantil nunca supo completar. Como Borges (y en paradoja), mi pecado fue no haber sido feliz, peor aún, no haber tenido el coraje siquiera de intentarlo.


Escrito por

RAÚL MENDOZA CÁNEPA

Abogado PUCP. Escritor. Columnista en Expreso. Ha sido integrante del staff de la página de Opinión de El Comercio y de El Dominical.


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