Que seas escritor puede que no le importe a nadie. Puede que no le importe a tu familia ni a los editores y menos a los que escriben. Cuando tanteo entre gente que no pertenece al ámbito cultural sobre nombres que conozco, no saben qué decir. 
ilusión


Los escritores intuyen que son más famosos y celebrados de lo que podría estimarse, pero no es real. La ilusión de la fama no pasa de ser verdad en un pequeño entorno. Si los grandes medios no les dieran alguna cabida a pocos, esos pocos se diluirían entre esas decenas de estantes que guardan miles de libros en sus salas. Lo pensé así mientras visitaba Communitas en San Isidro.

Ocurre como en Facebook, la ilusión de la burbuja que cubre nuestros ojos y nos hace creer que somos celebrados, universales…pero el universo no pasa de esos cientos de amigos que apenas te ven o de los que, realmente, les importas. Si leo un mal texto  de un adolescente neoyorquino en Wattpad con casi un millón de lectores (pero sin la celebridad de Paul Auster), habré de deducir que en la era de redes, cualquiera puede ser escritor y conseguir más lectores que un talentoso creador de historias. Algunas novelas de anónimos escritores venden y ganan miles en Amazon, constato en lo personal, mientras algunos que se exhiben en librerías batallan por vender cien.

Vanidad del oficio, solo vanidad y espejismo, porque la fama es estrecha… pero mientras nos celebren unos “lo somos todo”. Mentiras de escritores. Desde luego que en las editoriales y los medios hay preferencias, incluso dominios propios a los que se ingresa solo como “socio” o empleado y ser socio es ser amigo de quien administra algo de poder. La “argolla”, palabra manida, existe, pero no es novedad, no lo era en todo el siglo XX. Siempre el arte ha creado élites que, en ciertos casos, tienen más de vínculos amicales que de talento (“en ciertos casos”, subrayen eso) y nada daña más la literatura que las preferencias que tengan como correlato el compadrazgo antes que la calidad de las letras. Conozco de casos en los que una obra llega a una editorial y no es leída porque la admisión comienza con el nombre en la portada. Real es también que los que juzgan a las argollas quisieran estar dentro de ellas. Nadie lo asume porque nadie asume su vanidad.

Al final, escribir solo sirve para escribir. Vicio doloroso, terapéutico y solitario. La historia larga, la que nos sobrevive, es la que se encarga de definir si la obra sobrepasa a su autor.