Este blog (desde sus primeras semanas hasta la actualidad, generosamente como "Mulero Destacado") cumple hoy  ocho años. Fue creado el 2 de noviembre de 2010 para contarles que había ganado el Premio Nacional de Ensayo (USIL). No me propuse darle a la pluma bombardeando el ciberespacio con estruendosos posts sino apenas difundir un logro personal. La oscura vanidad me asaltó aquella vez, pero el gusto de la luminosa continuidad del análisis prendió y aquí seguimos. Se me reveló que el blog tenía una virtud de la que carecían las columnas de algunos tabloides: la plena libertad, la contracorriente y el intimismo. El análisis político libérrimo y la exposición de mi asombro cultural me trajo más de una sorpresa: sumó una inesperada y creciente lectoría que aún no me la creo y abrió algunas puertas que sería largo de precisar...Pero eso es ya historia y valga la ocasión para seguir comentando como antaño sobre algunos libros que tienen el mérito de volverse imprescindibles. Uno de ellos lo adquirí la semana que pasó. Era una deuda pendiente de lector detenerme en él, se trata de París personal, de Marco García Falcón.
ese parís que sueño para mí

Marco García Falcón es docente universitario y es autor de extraordinarios libros que, a lo largo de los años, han conservado una línea de altura sin accidentarse en altibajos propios de la literatura. Tal dominio de la narrativa le permitió ganar el Premio Nacional de Literatura. Quien haya leído París personal hace varios años y luego observado detenidamente El cielo de Capri (2007), Un olvidado asombro (2014), Esta casa vacía (2017) y La luz inesperada (2018) -estas dos últimas más la reedición de París personal por Peisa- sabrá que el logro de un autor es la consolidación de su obra por una línea de continuidad que no tiene relación con el tiempo sino con la conservación de la calidad narrativa.Ese es un logro de García Falcón.

Habituados algunos lectores obsesivos a profundizar en la estructura y la construcción de las atmósferas y de los personajes, en la estética de la prosa y en el manejo de la historia, llama la atención que un autor sepa construir un mundo desde lo existente y lo haga con la habilidad de los escritores más elaborados, que son aquellos que la literatura peruana más extraña. 

Valga decir que había seguido la narrativa de este autor, destacándolo entre los primeros en la línea; pero tenía como pendiente centrar los ojos en su obra matriz, que es  París personal .  Por entreveros del azar anduve por la Feria del Libro la semana que pasó, adquiriendo algunas páginas de valor entre las editoriales presentes y me reencontré con este título que data de 2002,  reeditado por Peisa en 2018 y que se presentará en la Feria del Libro el martes 6 de noviembre. Volví a aquella lectura de años atrás (con esta nueva edición) para evaluar o reevaluar mi evolución como lector. El balance es positivo, confirmando la línea de elogiosos comentarios como el de Fernando Iwasaki, Guillermo Niño de Guzmán, Abelardo Oquendo, entre otros.


soñar parís

La excelencia de París personal reside en una narración rica que por la precisión parece ser una evocación que tocando lo real transmuta en un sueño que nos contagia y nos arroba, guiándonos por ese paisaje a través de una prosa cuya estética no es un logro fácil en la narrativa. El tono y el flujo nos llevan como por un río, el lector solo reposa y se deja llevar en el recorrido por ese narrador que es visible en la realidad de lo narrado y en las impresiones que nos sabe transmitir.  Sin que lo esperemos, su mirada se vuelve la nuestra, la de artistas expectantes en la Ciudad Luz, la de personajes que sueñan y que retoman la vigilia, presos ya de una transformación personal.

El viaje es el deslumbramiento, pero también es la identificación (la adquisición de una identidad que nos iguala con el otro que nos es teóricamente similar en el origen). Una de las singularidades de esta obra (y las otras del autor) es que nos descubre una voz propia. Nunca es un reflejo ni deja entrever sus influencias, como si la escritura fluyera desde la creación pura (un ideal, en realidad) para crear, al margen de lo ya montado en la literatura, un clásico moderno. 

Otro de los rasgos de la obra, como lo es de toda la creación del autor (recomiendo ahora por la misma razón La luz inesperada(2018, Peisa), es ese valiente intimismo que nos induce a leer sin reparar que, por momentos, somos nosotros los que nos hablamos a nosotros mismos. Detrás hay un escritor, como bien decía Oquendo, pero también se perfila un elaborado alter ego del lector. La empatía y la visión de una obra desde el narrador es la que sostiene la convergencia de voces que se funden en una, la de quien escribe y la del lector maravillado que siente y por sentir se sumerge en esa ciudad que el autor erigió para él. Fácil sentirlo en "La flor de Coleridge": "A lo largo de los días y noches de ese año de trabajo incesante, y sobre todo  cuando me sentía agotado, pensaba con insistencia en la flor de Coleridge. El poeta inglés Samuel Coleridge había imaginado a finales del siglo XVII, una hermosa historia en la que un hombre sueña que atraviesa el Paraíso, recibe una flor azul como prueba que ha estado allí, y al despertar encuentra esa flor en su mano. A mí me pasaba algo similar. En medio de la nebulosa oscura que para mí era el Perú, yo vivía y me desplazaba por las calles de Lima con la mente fija en París, como quien llevaba en secreto -en feliz se secreto- una virtual e imaginaria flor de Coleridge: la prueba de que la realidad del sueño era posible".

La secuencia narrativa nos lleva del Paraíso íntimo del sueño feliz a descripciones (que en medio de los trajines de la existencia) nos invitan a imaginar posesionados por una prosa de estética impecable y frases cortas. En "De un azul purísimo" no hay tramo que no escape del cuidado de la prosa (que para algunos es la sustancia de la nostalgia por el viejo boom): "Está sentado al piano. Los labios encendidos. Los ojos enturbiados por la sombra negra del rimmel. La cabellera rubia resbala sobre su cuerpo desnudo como un torrente luminoso. El viento gris hace temblar los vidrios de las ventanas. Los perros duermen entre cojines de estopa, en un cuarto cerrado. Afuera llueve, caen los goterones de agua sucia sobre la delicada película de nieve que cubre el estanque de nenúfares. No sabe cuántos brandys se ha tomado ya".

Desde luego, la obra completa, incluyendo la reciente entrega, sirve material para un trabajo de análisis académico. Por ahora valga el mérito de un libro que cautiva y captura desde la frase inicial: "Viajar es mudar de piel. Cuando viajamos podemos olvidar nuestra identidad e inventarnos otra nueva. En un lugar distinto del suyo, un intelectual de escritorio puede presentarse como un vagabundo rudo y descreído, la más triste de las mujerzuelas como la señorona de la vida honorable y sedentaria. Pero viajar (...)nos ofrece la posibilidad de cambiar nuestras costumbres y renovar nuestras miradas (...)ver desde nuestro cuarto, una estela de cálido humo blanco deslizarse por un campo de amapolas, descendiendo entre hojas alargadas y frías, para luego esfumarse y regalarnos el rocío fresco de la mañana (...)".

Quizás leer cumpla (sin suplir) la misma función, por lo que bien vale la aventura y más cuando se trata de buenos libros.   D'Annunzio nos colocó en una disyuntiva: “Renovarse o morir”. Rodó se atrevió a levar las anclas para jugar con la celebrada frase: “viajar es renovarse”...y renovarse es vivir (el añadido es mío).