Fragmentos de la vida real
El señor que se parecía a Don Quijote


Aquel hombre escrupuloso en el vestir, octogenario, me buscó decenas de veces durante cinco años. Había reunido alrededor de treinta ensayos sobre el Perú en cada uno de sus temas. Una treintena de intelectuales cumplieron con él. Lo ayudé a estructurar su proyecto de libro, quería construir una visión integral del Perú. Quizás algunos amigos intelectuales de esta red saben, porque leí sus trabajos.

El hombre mayor quería dejar un legado. Cuando ingresé a trabajar a El Comercio, me ubicó. Lo seguí ayudando. Tenía ya varios tomos.

La última vez que lo vi supe que había un grupo de gente que lo apoyaba, pero estaba desalentado. Temía que ese trabajo no trascendiera ni fuera un legado. Nos reunimos en el Manhattan. Le invité un café. Yo no sospechaba que una semana después perdería mi empleo, él no sabía que una semana después moriría; aunque me confesó tener noventa años y que el médico le había dado un mal pronóstico dado el estado de su corazón, "tengo noventa años, quizás en una de esas me acueste y no me despierte más".

Salimos del Manhattan. Me quedé observándolo mientras se alejaba despacio y torpe hacia la Avenida Emancipación. Yo, sigiloso, lo seguí hasta que se perdió desde la puerta lateral del diario sin saber que nunca más lo volvería a ver...