El periodismo tiene una bandera, la objetividad. Si fundara un diario ese sería el nombre correcto. Dicen que la objetividad no existe, porque el ser humano es un enhebrado de emociones y tomas de posición más o menos razonada sobre el mundo. Bien, pero la realidad está fragmentada en coyunturas y cada una de ellas ofrece la oportunidad de una mirada cabal y no siempre homogénea. Puedo ser liberal, pero una coyuntura determinada me obliga a salirme de mis creencias porque la verdad del hecho es más fuerte que yo. Torcer el argumento para dar gusto a mis preferencias es herir al periodismo.
un diario ideal

Muchas veces y desde la Universidad (cuando fundamos aquel viejo periódico mural llamado "Punto Aparte") mi concepción del periodismo reunió dos necesidades, la de ser coherente con mis contenidos, la de no tomar posición por personas sino por ideas y la de dar espacio a los que piensan diferente. Cuando los contrarios no se encuentran para debatir o dialogar, la energía de la confrontación crece y se convierte en puyas políticas, violencia, dimes y diretes, odio...

Es natural que un diario tenga una posición sobre cada hecho en particular, no filiación con una de las partes en el todo, pues la generalización militante solo permite ver un segmento y no el conjunto del fenómeno político o social. Lo llamamos "independencia", esa misma que nos lleva a denostar de nuestros propios cercanos o aliados cuando no tienen razón. El editorial reúne ese pensamiento que es la línea.

Mal se haría en que los editoriales se acompañaran solo de voces que lo refuerzan. El argumento monocorde empobrece el periodismo, como lo empobrece el odio y la huida de la razón. La frase vale para todos los contrarios, caso distinto yo mismo estaría cayendo en el pecado que critico. El pluralismo y hasta el debate entre contrarios en las mismas páginas contribuye a que el lector piense, se estimula a la razón y a las conclusiones propias del receptor. El lector no compra un diario para que lo adoctrinen sino para saber qué ocurre y lo quiere saber desde todas las posiciones para construir su propia perspectiva. La democracia es deliberación y la prensa una oportunidad para fomentarla muchos pasos antes del conflicto.

La confiabilidad y veracidad nacen de esa seriedad, la de saber que el periodismo no sirve para hacer política (tentación en la que solemos caer quienes no hemos pasado por las aulas de periodismo) sino para buscar esa verdad huidiza, compleja, que nos convoca y no nos separa.

El periodismo de hechos requiere con mayor razón de esa disciplina. Ver el fenómeno, todo el fenómeno y solo el fenómeno (Teilhard de Chardin) y no más, no ruidos ni preferencias. El hecho es objetivo y no cambiará según lo que creamos de él. Mientras más fuentes, más completo el fenómeno. Mientras más amor a la verdad, más contextualización y menos de lo nuestro (deseos, antipatías, esperanzas, amistades). 

La verdad es lo que existe, decía San Agustín; no es lo que quisiéramos que sea. Ese es el principio y esencia del periodismo. Frente a la posverdad de las redes sociales y a la ligereza de los internautas, el periodismo debe vender y para vender debe ser el reducto de la fe (en un sentido humano, por cierto).