La FIFA pudo indultar a Paolo Guerrero. No lo hizo porque no quiso. Pudo hacerlo. No concilió con aquella clemencia que probablemente sí hubiera servido para liberar de condena a cualquier jugador argentino o brasileño, porque el dinero manda y el peso político es clave. Después de aquellos extraños eventos que culminaron en el insólito hallazgo en el organismo del jugador (que una mente suspicaz podría asumir más como un sabotaje que como una negligencia inclusive, en el contexto del partido que se jugaba) solo queda pensar que el organismo máximo del fútbol no es confiable y no lo será en este Mundial ¿Se puede incrementar una sanción cuando se debía confirmar, postergar o anular?
qué nos queda

Dejar a Guerrero sin esta justa, incluso existiendo la posibilidad de determinar como fecha de inicio de la pena una posterior a la culminación del Mundial (¿Alguien lo pidió?) es cortar sus piernas. Es casi un hecho que no esté presente por la injusticia que lo destruye en su cumbre, en la cúspide de una carrera que construyó desde la infancia con los máximos cuidados.

El poder manda, como manda el dinero y hasta el influjo de las relaciones públicas. Maradona escribe un mensaje comparando su historia con la de Guerrero como si tuvieran algo en común. Bien intencionado y romo de intelecto o mal intencionado, su injerencia solo era la cereza en un pastel podrido que la selección nacional debe echar al basurero. El argentino es casi una autoridad en la FIFA porque para representar al máximo organismo no importan los antecedentes ni el ejemplo deplorable. "Ya saben, niños, jóvenes, que se puede llegar lejos y hasta ser respetado más allá de los escándalos, de la droga y del exceso", lo firma la entidad que rige al deporte más popular, nada menos. 

Sabiendo lo que nos han hecho y que cada uno de los jugadores nacionales que sí va tiene un valor peculiar en cuanto a técnica (sin estar debajo ni encima de Guerrero) lo propio es salir al campo a "hacer fútbol", a cumplir con las expectativas de la gente, a hacerlo con furia y con sosiego (si valen ambas en un juego). Se trata de jugar con la tradición del toque y el espectáculo, pero también con la sed de quien reivindica el honor herido. Cada gol debe ser una espina extraída. Aunque Guerrero no esté en aquel césped, está. 

Ahora solo queda depositar en los que sí van la confianza de todo un pueblo. Un equipo es un conjunto, un organismo vivo y ese debe ser el espíritu de la estrategia. Que el presidente de la FIFA vea desde la tribuna que llegamos lejos...que llegamos lejos juntos, pese a él, a su amigo Maradona... y a sus jueces.