Uno de los grandes males de nuestro tiempo es la generalización, como si nos ganara la tentación de cerrar con las falacias y las etiquetas todo diálogo. La guerra entre estereotipos es la consecuencia de esa ligereza, del ocio de elevar las lanzas sin pensar hacia dónde las dirigimos.
Ideologías, categorías

Peleamos por ser "parte de", porque ya no es necesario conocer al hombre o la mujer. Más rápido y menos complejo es encasillarlos en una categoría. Son de determinada nacionalidad, de determinado género, de determinada ideología o filiación política. Suficiente tener esas coordenadas para elaborar un juicio y sentenciar. 

"Caviar" o "facho", "macho" o "hembra", peruano o chileno, venezolano o colombiano, andino o afrodescendiente, trans o hetero, católico o ateo, ya poco importa la pertenencia, solo juzgarla para creer que se tiene un concepto cabal de la persona y de cada una de sus características que la acompañan como supuesto. La maldad o todos los vicios que se le imputan a un estereotipo terminan por cobrarle la partida a una persona de buena fe, cabal o bien intencionada.

De un tiempo a esta parte, todos temen expresarse libremente en estas contiendas porque en tiempos de redes sociales, pensar diferente o discrepar de aquellos grupos que "la tienen muy segura" es condenarse al insulto, a la generalización. Si eres conservador, quedarse callado es prudente, como lo es ser de centro, un camino fácil para que ciertos radicales del otro lado, endilguen al opinante el apelativo más extraño e insustancial: "caviar". Si te opones al aborto y eres hombre no tienes derecho, existen territorios vedados para la expresión o la autenticidad. Quizás, ser "hombre" te torne en uno más de aquella descomunal mancha de cavernarios con cuya violencia no comulgas y ser mujer te coloque en otros apuros por el solo hecho de serlo. He escuchado a muchos desatinados juzgar las malas maniobras de algunas féminas al volante, en la seguridad que es propio de ellas no ser buenas conductoras. Vivimos extraviados en medio de un mundo de prejuicios y radicalismos ciegos, de falacias y generalizaciones que han convertido a la sociedad en una colección de etiquetas, a contrapelo de aquella sociedad ideal de individuos, donde cada uno es juzgado por sus actos.

En el pasado, solía admirar a ciertos personajes sin estudiarlos, comprendiéndolos como un todo único por ser legendarios, heroicos, sabios...La lectura de muchas biografías me indujo a comprender que es poco sensato admirar al hombre y que, por sus menudencias y extravíos ocultos en esa gran historia de grandeza, lo propio es siempre admirar los actos concretos del personaje, nunca al personaje. Solemos juzgar al todo por una gran acción y condenar al otro por lo que representa. La generalización simbólica termina por convertirse en una gran injusticia.

En un mundo de múltiples polarizaciones, la razón (por sobre el prejuicio irracional) es fría, pero ve claro y es el único presupuesto de la sabiduría.