No es el arte el que debe imitar a la vida sino la vida al arte. El realismo simula la realidad que ocultamente odia, pero la creación pura inventa mundos que nada de parecido tienen con ese mundo del que pretendemos escapar. A veces las bibliotecas, como la ceguera, sirven como refugio. Quizás Borges no solo no vio, no quiso ver, pero sin leer, adivinó cada trazo de los libros que administró desde aquella gran biblioteca.
oscuridad

Nada más extraño que un bibliotecario ciego, un ser ávido de esas luces que ya habitaban en su interior y que los libros solo reflejaban. Borges fue ese explorador de mundos nuevos, a palo de ciego, en la penumbra que no lo dejaba releer a Milton, hurgar en Dumas, reposar la cabeza en los libros sagrados. Imaginaba los estantes y los pasadizos, a su antecesor recorriendo a tientas los corredores. Él solo invadía la bruma que antes lo invadía a él. Tener la maravilla cerca y no poder tocarla con los ojos, ese portento de papel que no sirve de nada a las yemas de los dedos. Paraísos invisibles, mujeres fantasmas, memorias rotas, da lo mismo, todo es igual. A veces se puede tener todo y no tenerlo a la vez o no ver el horizonte marino porque la densa noche se interpone por la divina geometría del movimiento de los astros.

Cuando esos momentos llegan, soy yo el bibliotecario ciego que, impotente, renuncia a los libros y a los días. A veces algunos versos fueron escritos por otros, como si una benévola divinidad los hubiera guardado y resguardado para nosotros:

"Nadie rebaje a lágrima o reproche 

esta declaración de la maestría  

de Dios, que con magnífica ironía

me dio a la vez los libros y la noche.

De esta ciudad de libros hizo dueños

a unos ojos sin luz, que sólo pueden

leer en las bibliotecas de los sueños

los insensatos párrafos que ceden

las albas a su afán. En vano el día

les prodiga sus libros infinitos,

arduos como los arduos manuscritos

que perecieron en Alejandría.

De hambre y de sed (narra una historia griega)

muere un rey entre fuentes y jardines;

yo fatigo sin rumbo los confines

de esta alta y honda biblioteca ciega.

Enciclopedias, atlas, el Oriente

y el Occidente, siglos, dinastías,

símbolos, cosmos y cosmogonías

brindan los muros, pero inútilmente.

Lento en mi sombra, la penumbra hueca

exploro con el báculo indeciso,

yo, que me figuraba el Paraíso

bajo la especie de una biblioteca.

Algo, que ciertamente no se nombra

con la palabra azar, rige estas cosas;

otro ya recibió en otras borrosas

tardes los muchos libros y la sombra.

Al errar por las lentas galerías

suelo sentir con vago horror sagrado

que soy el otro, el muerto, que habrá dado

los mismos pasos en los mismos días.

¿Cuál de los dos escribe este poema

de un yo plural y de una sola sombra?

¿Qué importa la palabra que me nombra

si es indiviso y uno el anatema?

Groussac o Borges, miro este querido

mundo que se deforma y que se apaga

en una pálida ceniza vaga

que se parece al sueño y al olvido".