La literatura infantil es  más importante de lo que se suele asumir en las escuelas y en las casas, y debería ser un imperativo de los padres, las escuelas y las autoridades de cultura promover la literatura infantil en casa para que los niños desarrollen el pensamiento lógico secuencial y la acumulación de palabras tales para el desarrollo de la inteligencia. A más palabras, más conexiones lingüísticas y más recursos para el pensamiento lógico. Si esta práctica se inicia desde temprano (y contamos con escritores, educadores e ilustradores formados para hacerlo) habrá una resistencia a los cúmulos oscuros que entregan los medios. La educación como futuro es formación intelectual y el resultado estaría asegurado. El gran problema en el Perú es que los padres no les cuentan cuentos a sus hijos (al menos a los que tienen acceso por el plan lector), no estimulan su imaginación ni el hemisferio derecho del cerebro, los dejan al acaso y ellos (los niños) recurrirán a la televisión para proveerse de historias e imágenes... y la televisión no solo carece de control de contenidos infantiles sino que lo entrega todo digerido en un cúmulo de dibujos animados y palabras. Rige la violencia y la formación subliminal...para mal. Es en esta emergencia donde entran a tallar los educadores y los escritores infantiles.


El ejemplo de Dahl

Como un padre dedicado a contarle cuentos a sus hijas desde muy niñas en el sosiego que precede a dormir, siempre me llamó la atención Roald Dahl (1916-1990), quien devino en escritor ("Charlie y la fábrica de chocolate", "Matilda"...) luego del viejo hábito de leerle cuentos a sus hijos. 

Recuerdo una nota que escribí donde narro el desgarrador proceso del padre que le cuenta cuentos a su hija enferma. Dahl no reparó del peligro del sarampión que había atacado a su hija de siete años y fue mientras le narraba que ella se le fue de las manos. “Olivia, mi hija mayor, se contagió del sarampión cuando tenía siete años. Mientras la enfermedad seguía su curso natural, recuerdo que le leía cuentos en la cama sin sentirme especialmente alarmado por su estado. Entonces, una mañana, cuando ya estaba en el camino de la recuperación, yo estaba sentado en su cama enseñándole cómo crear animalitos a partir de tubos de colores, y cuando le tocó a ella hacer uno me di cuenta de que sus dedos y su mente no trabajaban a la vez y no podía hacer nada. 

"¿Te encuentras bien?", le pregunté.

"Tengo sueño", dijo.

En una hora estaba inconsciente. En doce horas estaba muerta. El sarampión se había convertido en una cosa terrible llamada encefalitis…”.

A Olivia, precisamente, le dedicó "El gran gigante bonachón"(1982), fue la expresión del gran dolor de un creador de cuentos (recomiendo leer la historia para que entienda el por qué de la misma).

Hacer literatura infantil se convirtió en una forma de liberar el dolor o de darle a otros niños lo que no pudo completar con su pequeña hija. Vale recordar que no es gratuito que Dahl se dedicara a promover más adelante las vacunas.

Dahl, como todo padre dedicado a leer cuentos a sus hijos sucumbió a la tentación de crearlos él mismo porque había hallado las claves de la literatura infantil y de sus códigos.  “Pan comido” fue su primer cuento publicado y vio la luz en el Saturday Evening Post. Allí empezó todo.

Tampoco es casual que del dolor surgiera una literatura infantil signada por el humor negro y un dolor escondido y rebeldía que fácilmente no lo podría explicar quien no conoce su historia. Matilda, su personaje emblemático, se rebela ante el sistema y está dotada de poderes que la superponen  a ese mundo incivilizado de los adultos que trata de vencer.

En todo buen cuentista infantil (si quiere enseñar a pensar) debe haber algún rastro de disconformidad con lo establecido a fin de evolucionar las pautas de una sociedad con la que pocos pueden sentirse conformes o plenamente adaptados. "El mal no puede triunfar, no debemos dejar que lo haga", pensaba Dahl y debe ser el imperativo de todo creador de moralejas para los niños. Cambiar la sociedad para mejor es su reto, nunca someterse a ella.