Uno de los grandes males de nuestro tiempo es la soledad. No necesariamente se tiene que estar solo para estar solo, a veces es en medio de la multitud y de las cercanías, porque se ha perdido el impulso de tocarnos. No me refiero a tocarnos el cuerpo sino el alma, esa esplendida energía que nos conecta con el infinito y entre nosotros mismos y que guarda en su entraña todo lo que sentimos, lo que esperamos, lo que nos duele o amamos.
la sociedad del desconsuelo

No es que el mundo este vertido sobre un campo de infelicidad y desconsuelo, pero en sus peores momentos el hombre y la mujer necesitan coser su corazón y no tienen manos o buscan entre las brumas aquellos oídos que los oigan...aún en las premuras.

En medio de una noche densa aquel que ha perdido a alguien, quien requiere no más que un abrazo, aquel que entre sus penas y sus miedos necesite unas frases, el que vaga en la intemperie buscando respuestas... 

Cuando la soledad cubre los jazmines y les roba el romántico aroma, el hombre se refugia en lo que puede, en un aparato que no se separa de su cuerpo, y dentro, en una red social que no provee, que captura sin descargar. 

Dicen que en ese mundo solitario, los psicólogos cumplen un papel, que los sacerdotes cumplen otro, ambos atrapados por sus agendas y sus fines. Los divanes no proveen de amigos, los psicólogos son como el muro de frontón donde se juega a solas sin interacción real, sin intercambio, con paga. Los sacerdotes, vigilan el alma y siguen su derrotero. 

Si la amistad o el amor cubrieran ese hueco existencial, si las presencias devoraran a las ausencias, la vida sería plena.

Alguna vez un hombre descubrió una foto de su padre recién muerto y detrás de ella, un mensaje de aquel para el futuro, sabiendo que el hijo encontraría la foto tras su muerte. Era una breve carta de un padre a un hijo, escrita una década atrás y en la que el amor se manifestaba como un esplendor hecho de consejos y expresiones reveladoras de cariño infinito. El hombre caminó con la foto, leyendo aquellos trazos temblorosos, lloró a lo largo del camino, la escondió en un bolsillo; trató luego de narrar la experiencia a unos y a otros, pero... Las emociones murieron en la orilla, siempre nos sigue la necesidad de una escucha, de un intercambio sin juicio, de un abrazo que sobrecoja y anime.Vale también para nosotros con relación al otro, que nunca más debiera ser "el otro".