- la casa vacía
Se había memorizado la canción y sabía que esa en particular le abriría la puerta de su casa, pero un día tras otro esas ventanas permanecían cerradas y ningún canto la abría. No había melodía mágica y sí una casa vacía que él se empecinaba en llenarla de cosas y de gente. Sabía que en el fondo ella oía su canto, acariciaba las letras rastrillándose la cabellera y sonriendo frente al espejo. Así, él, la imaginaba. Pájaro cantor. Pájaro inútil que solo imaginaba. Cantaba detrás de una puerta cerrada, sellada hasta el final del tiempo. Los ojos de ella ya no la habitaban. Se habían ido años atrás y detrás de alguna alborada. A veces, así, sin respuestas, sin nada, con la inspiración y la guitarra nacen las canciones, las canciones que mal habitan los cuentos y deshacen las mañanas. Él cantó junto a un viejo árbol, cantó una y otra vez, resignado a vivir con su sombra, a jugar con las trenzas de luz que no alumbrarían más su cara. Hubiera dado la guitarra por su rostro en la ventana, pero fue todo. Él se fue, herido de distancia. Amante de los pájaros y las neblinas solitarias. Ella se había ido, para no volver, para no ser tocada por sus cantos. En la tierra un papel y en el papel unas letras:
"Neblinas heladas,
luz en marejada.
Bruma en la vitrina
vaho en la ventana
Años de incendio,
musa imaginada
de resabios y toques,
rigor de la palabra.
Me empeñé en azul,
turbia humorada,
calendario en prosa
entre las fieras faunas.
Animal herido,
hembra del día,
inocencia
de luminiscencias
vagas.
Eso fuimos,
nada, apenas polvo,
vaporosa hada.
Existías
solo en el reino
de las crudas llamas.
Fuego entre mil
calles abandonadas,
fuimos solo
vapor ruina masa.
A través del túnel observo
y lo que queda es la palabra.
Y la palabra es Dios, verbo,
O una sutil
existencia encadenada.
Te inventé entre mil,
y entre mil va la calle
y entre mil
yaces como la malva,
herida en la arena vasta.
El cuadro, las rocas
la fiesta de las cascadas,
el rumor del agua que se abate
sobre mi herida de navaja.
Malhadado invento de la pluma
mi sangre del tintero bruñe
en un rojo abril de pascua.
Recuerdo entonces,
y de recuerdos visto
(entre remaches)
la alborada".
Publicado: 2018-02-22
Él trazaba las líneas de aquellas canciones al borde de los acantilados, en las playas moribundas, en los campos fértiles. Creaba las letras con cuidado solo para que ella las escuchara y de las letras nacía la música. Tarareaba despacio, cuidando el ritmo. Con su vieja guitarra se paraba frente a la casa de Mary. Eran solo ella y él. Bajo los acordes, él cantaba.
Escrito por
RAÚL MENDOZA CÁNEPA
Abogado PUCP. Escritor. Columnista en Expreso. Ha sido integrante del staff de la página de Opinión de El Comercio y de El Dominical.