Es una pena honda la muerte de un hombre joven, asumiendo que partir a los 48 años es un puente prematuramente roto, un escándalo, un recordaris de nuestra mortalidad. Daniel Peredo no solo era un narrador de futbol, era el narrador. De su ánimo brotaba nuestra fe en la victoria, la proximidad del gol, pero Peredo se fue y con él se fue una parte de nuestra reciente historia deportiva. Él era el número doce en la cancha, hoy solo hay un espacio vacío.
interpelación

Peredo vivía en su mejor momento. tenía una mujer y dos niñas hermosas, hacía lo que le apasionaba y ganaba por eso; tenía una fama que se acrecentaba, un futuro por delante y el Mundial a tres meses aguardando su voz; pero Peredo dejó el césped, se lo llevaron de súbito y sin explicaciones, se lo llevaron para dejarnos a nosotros las preguntas; para tratar de entender la muerte, para tratar de entender la vida.

Es uno de los misterios a los que no debemos acercarnos y con los cuales no debemos jugar ni ironizar, porque el hombre no ha aprendido a lidiar con la muerte, menos aún a vivir la vida. Poco sabemos y en la perplejidad de lo que no se nos explica, nos interpelamos sin opción de respuesta.

Algunos tenemos viejos prontos a la partida y las interrogantes carecen de fuerza, solo nos espanta la fragilidad de la vejez que vemos, de las carnes del otro que se deshacen, de los cuerpos que perdieron su belleza. La vida como una caricatura de sí misma es la vejez y la muerte que la sucede; pero cuando un "joven" narrador deportivo se va, la muerte es un escándalo, la vida un signo de interrogación y el destino una niebla densa detrás de la cual nada se conoce.

En honor de Peredo, una plegaria y mi silencio.