Dicen que quien hace periodismo no debe hacer política y que el primero se debe al imperativo de la verdad, mientras que la segunda involucra un pacto con el diablo (Max Weber). En el periodismo podrás experimentar la ética de la convicción (la sinceridad, per se independiente, en este caso) y en la política simularás porque quien no simula pierde votos. El periodismo es el arte de la verdad, la política el de lo posible a través del poder ¿Qué tan cierta es esa diferencia?
ser sinceros

El periodista debe ser sincero y objetivo, aunque sea un reto y le gane enemigos. El periodista no se la juega a ser popular ni querido. Habrá cumplido bien si es que es gloriosamente odiado. El político tienta a las masas, se alimenta del fervor y del aplauso, hace de su vida un circo y de la necesidad un Real Politik. De allí lo de "pacto con el diablo", pues la ética de la responsabilidad (Weber nuevamente) lo llama a tomar decisiones que su moral no aprobaría. El pacifista radical que gobierna una Nación, ¿puede quedar impávido mientras los fieros enemigos la invaden? 

El periodismo no debe manifestar desencuentros o disonancias cognitivas. Su único valor clave es la verdad y su obligación es volcarla. Si se equivoca, decirlo. Ser autocrítico y vivir en un permanente auto-examen es la clave de su purificación. La humildad es, por tal, su virtud. Popper la llamaba "falsación", aunque la aplicaba a la ciencia y a los paradigmas de las ideas. Los malos periodistas se deben a un interés que creen mayor que la verdad y cuando ocurre, la veracidad se deshace, la  credibilidad hace agua y se pierde audiencia. La verdad es brutal, hiriente, extrema, poco elegante, carece de tendencia o de ideología, va al objeto, no se emociona, corta, no disimula, no depende, no teme. Aunque se crea que por tal, espanta; en realidad, es su honestidad radical la que atrae y vende. Sí, porque la verdad periodística vende. 

El político no es nada sin votos y lo suyo es "hacerse querer", por lo que la retórica y la demagogia se tornan en pelaje.

¿Qué ocurre si los políticos deciden, de pronto (gran portento) ser sinceros? Definitivamente, dejarían de sintonizar con una población que gusta de alimentarse mal, que gusta que le mientan los políticos, pero no los periodistas; que no acepta la realidad de boca del funcionario, pero la espera del periodista; que desestima la moral pública en nombre de la necesidad individual. Para que los políticos cambien, los pueblos son los que deben cambiar con relación a la política. 

"Roba, pero hace obra", "Miente, pero su mentira nos conviene", "Dice la verdad, pero su verdad no nos gusta, no votaremos por él", es lo que podríamos reconvertir en palabras, porque es lo que hay en el corazón de la colectividad que, casi siempre se equivoca. Cuando la ética de la convicción devenga en moral popular, los políticos tendrán que adaptarse a ella, tornarse en sinceros artífices de la palabra, en francos expositores, en personas consecuentes, en coherentes opinantes. Solo entonces las elecciones la ganarán los limpios, los honrados, los mejores...

¿Será posible?