Se calcula en 350,600 personas que buscan trabajo de manera activa en Lima Metropolitana, según el INEI. Suena a poco en un país de tantos habitantes, pero qué se puede hacer por ellos.
El proceso

Leía en una red social el anuncio de un contacto: "me he quedado sin empleo". De un día para otro y con una carga familiar sobre su espalda. Todos o muchos conocemos de ese instante preciso en el que lo que es el horizonte se torna en abismo.

Mientras leía su post y revisaba los comentarios, comprobé que lo más que pueden obsequiar los demás es una palmada al hombro; sin comprender el drama de quedarse sin empleo, esto es, sin ingreso familiar, sin seguro de salud, sin pago para la escuela, sin pensión a la vista, pero sí...con muchas necesidades con las cuales lidiar.

Lo primero es que en la estadística a pocos les importará y si, como se debe, procuras hacerla a la vida pedigueña, tus bonos bajarán; como si la alternativa a raspar el codo fuera, simplemente, morir de pie.

Perder un empleo en Estados Unidos para recolocarse rápido es usual, donde lo inusual es que alguien pretenda sobrevivir a un empleo o no saltar a otro en un lustro o menos. El alto tránsito lo permite una economía dinámica. En Perú, el aspirante puede ser costoso por la regulación laboral (no es casual que muchos venezolanos encuentren plaza fácil, probablemente informal...y estarán satisfechos allí donde estén). El costo de contratar juega en contra de quien busca una colocación.

¿Cuál es el proceso de quedar fuera? En Perú, es posible que (salvo que te tomes cinco días ingenuos y termines despedido antes de renunciar cuando has sido invitado, precisamente, a renunciar) puedas disponer de un pequeño ahorro (liquidación), que será tu inmediata salvación; pero veamos el proceso, que como en el luto impone una dramática secuencia de sentimientos. 

No es para culpar a nadie que el primer sentimiento que asome sea el del estupor y luego la ira. La ira es una reacción primaria, reptiliana, natural, comprensible. Reprimirla es un artilugio para "quedar bien". Más la ira pasa y no dura. Quien cargue con una obligación familiar será ganado luego por la angustia: las cuentas, los cargos, los débitos, la alimentación, la salud, la escolaridad. No hay tiempo para deprimirse sino para lanzarse a buscar y buscar es pedir, indagar, llamar y, desde luego, conocer el "no". La angustia crece, el impaciente se crispa y procede el cambio de estación. La frustración también es de natura y concluye en una búsqueda insaciable de culpas originarias (¿Por qué me despidió?), de malsanos deseos escondidos que nunca prosperarán, que se disolverán en los corazones sanos. 

Cuando el juicio iracundo cede, la angustia vuelve y con ella las persistentes búsquedas que alejarán más a aquellos a los que recurres. Te sentirás una pulga en la oreja y, finalmente, te retirarás a dormir.

Visto que la acción no fecunda, recurrirás a la fe. Transitarás templos queriéndote hacer escuchar por lo intangible, serás irracional, no comprenderás cuando te dicen que "te lo tomas muy en serio" (menos cuando tu hijo se enferma o crecen las cuentas por pagar) Una señal alimentará una ilusión. Esperarás. Cuando la espera solo lleva al desierto y la pasividad, caerás fatigado sobre tu propio cuerpo, querrás morir, pero no podrás morir. No hay manera, cuando dependen de ti, de "poder morir" no se trata el juego aunque quieras morir. Ha comenzado el ciclo oscuro de la depresión. Los pensamientos te abandonarán, te abandonarás.  Resguardado en una cama o en un sillón, no querrás pensar, te descentrarás, olvidarás que el abismo camina hacia ti aunque tú no camines hacia él. Te preguntas si alguna vez volverás al último trabajo que fue, añoras, te olvidas. Te olvidan. Una llamada o una oportunidad relumbrará en tus ojos que, quizás vuelva a ver tu casa desmoronarse a tus pies. Tu autoestima, al margen de tu capacidad, será un deshielo, agua que se escurre, nada.

Buscarás nuevas razones para creer, nuevos ídolos, la fuerza de la fe, el optimismo radical, alguna nueva empresa en un país en el que la mayoría de Mypes tiende a fracasar. Mientras la superchería da a su fin, habrás perdido la noción y el rumbo. La angustia volverá, pero te capturará más débil como la víctima de un criminal que, ya tú cansado, te embosca para quererte robar.

El luto tiene un proceso que muchos también conocemos bien,  la psicología poco ha estudiado las diversas pérdidas a las que los peruanos se suelen enfrentar, una de ellas, la laboral. Cuando veas una cola o a un hombre deambular hurgando un lugar, sabes ya qué pensar o, quizás, cómo debas consolarlo o, efectivamente, ayudar.

Es un proceso en el que encontrar "algo" o a "alguien" opera en el ánimo como operan los sortilegios y los milagros.