El mundo virtual es el mundo del rumor y el rumor tiene una fuerza tan poderosa que lo destruye todo a su paso. Cualquier ligereza, cualquier juicio rápido, cualquier pensamiento sumario acaba fácilmente con la reputación profesional, los vínculos humanos, la imagen y la proyección que hacia el futuro se pueda tener. Un rumor quiebra a un banco (provoca una corrida), rompe una relación, deja en cenizas un nombre o una institución. Lo que solemos hacer al final o nunca es preguntar.
Culpa previa

Cuando se revisan los diarios de la época, el asombro crece, pero podría decirse que fue el periodismo el que fusiló al llamado "monstruo de Armendariz", cuando se sabe ya que lo más probable es que la condena fuera un error. Las portadas lo bautizaron como "monstruo" ya antes que un juez sentenciara en su contra. La muerte impidió volver atrás y reparar el daño. Un turronero en busca de recompensa y admiración, una prensa carnívora, un juez timorato. El presunto criminal ya era culpable y en las casas ya se referían a él, al decir de los abuelos, como un peligroso criminal al que había que extirpar.

El rumor se emparenta con la presunción de culpabilidad, uno lleva a la otra y, en realidad, la gente tiende a creer lo que le dicen con absoluta facilidad y escasez de juicio. Si se difunde una noticia falsa sobre un personaje de la farándula, la "verdad" de lo leído o escuchado se plantará en la mente como un chip. Nadie lo podrá arrancar, la credibilidad de toda fuente es casi absoluta. Los seres humanos odiamos que nos mientan, pero creemos las mentiras y las aceptamos, a tal punto que para eliminarlas se requiere de un rigor probatorio mayor. Se cree sin pruebas, se desmiente con pruebas. 

En tiempo virtual el problema es mayor porque la memoria del rumor se plasma en una pantalla indexada para siempre. En redes se puede lanzar cualquier afirmación y ella volará entre rebotes llegando a un público que la reinstalará y la propagará con el mismo entusiasmo con el que la recogió. La maldad siempre tiene el sello del chisme y de la difusión. Sume cuántos son los que se apuran cuando de difundir desgracias se trata. 

Si se afecta el honor hay más pepa y carne por extraer. Cada cual añadirá su juicio y la pasará. Son tiempos en los que lo único que importa es la imagen propia, nunca la de los demás. Aquellas podemos destruirlas para convertirnos en la reserva moral (¡!). 

No es el caso de la política actual, quizás sí; en todo caso este artículo fue pensado a raíz de la reseña de un libro, "Rumores", de Cass Sunstein, por Ángel Alayón, en "El arte de difundir rumores" (Sala de prensa 130) que invita a leerse:  "Gabriela de Vásquez se resistía a creer lo que la voz en el teléfono le decía con tanta claridad: su esposo le era infiel desde hacía cinco meses con Julia, una atractiva compañera de trabajo. Eso explicaba los viajes y el trabajo hasta bien entrada la noche. Martín, según la voz, llevaba una doble vida. Gabriela no quería creer, pero se anidó en su pensamiento una pequeña duda que fue creciendo hasta lograr que la convivencia cotidiana con Martín fuera áspera, incómoda. Ella, al tiempo, decidió confrontarlo. Él lo negó todo. Ella dijo que sabía que negaría todo. Y la confianza se fue erosionando. Era cuestión de tiempo para que conflictos mayores hicieran su aparición. Dos años después de la llamada, la pareja introducía los papeles para el divorcio. Gabriela nunca estuvo segura de la infidelidad de Martín. Martín nunca entendió lo que sucedió pues, en verdad, nunca le fue infiel a su esposa". 

Y dice más: "La redes sociales (Twitter, Facebook) son medios fértiles para la divulgación de rumores. Allí hemos sido testigo de muertos que resucitan en horas, bancos que quiebran pero que en realidad están solventes, secuestrados que se enteran de su presunta situación cuando están tomando un tranquilo baño de playa con la familia y la lista podría continuar con temas de mayor sensibilidad política. Son rumores. Falsos. Pueden ser poderosos (...) La probabilidad de que una persona crea un rumor depende de lo que pensaba sobre el tema antes de escuchar el rumor (...)El rumor, aunque falso, será creíble en la medida de que las convicciones previas predisponen a la gente a creer". Pero nada peor que el rumor de mala entraña, el que se perpetra para herir o matar. Alayón cita a Sustein: “Si usted es propenso a detestar a una figura pública, o de hecho, disfruta pensando las peores cosas de ella, tendrá motivos para pensar que los rumores perjudiciales sobre dicha figura son verdad incluso si rayan en lo increíble.” No solo los creerás, desearás que sean verdad.