Nuestra gran victoria nacional, nuestro pasaje a Rusia 2018, permite creer que la persistencia logra sus frutos y que ningún  sueño se debe quedar en el camino. Pasaron 36 años desde la última vez que un seleccionado peruano clasificaba a un Mundial, ¿por qué no aplicarlo a nuestra vida diaria?
La fuerza de creer y esperar

Pensamos que el Perú está per seculum seculorum regido por los podridos, los congelados y los incendiados (Basadre). Creemos que muchos de nuestros sueños se quedaron en promesas. Creemos que la pobreza es un mal que debemos cargar. Creemos que nuestro proyecto país es trunco. Para no ser tan expansivos, creemos que aquello que queríamos ser, la meta personal que queríamos alcanzar, aquella vida de maravilla que ni siquiera en rezos nos atrevíamos a pronunciar, eran sueños imposibles.

Como Sanchos fracasados nos rendíamos antes la locura persistente del Quijote. Cuando casi se toca las cuatro décadas tras un objetivo colectivo, cuando eliminatoria tras eliminatoria nos derrumbábamos y creíamos que dábamos la vuelta a una noria, que el tiempo era siempre una re edición (como en la ley del eterno retorno de Nietzsche) nos cuesta creer que algún día el gran sueño será realizable. Pero algo de suerte, mucho de pundonor, otro mucho de estrategia y técnica y una gran dosis de fe, nos han colocado donde hace algunos meses creíamos no podíamos estar.

Es como albergar el sueño de un alto pedestal en cualquier área de tu vida, a sabiendas que muchos son los llamados y pocos los elegidos, pero de pronto...

Prueba, de una vez llévate dos cucharadas a la boca, se llama: "la magia de creer".