Cuando el aspirante elige una profesión, muchas veces lo hace sobre la base del mercado "¿Qué es más rentable?" suele ser la pregunta de rigor antes de tomar la decisión más prácticamente sabia.
el ideal y la realidad

El hombre que elige el Derecho debería aspirar a la justicia y la justicia es la medida del equilibrio y la verdad. El abogado que elige el ideal, probablemente perderá sus juicios, pero no su integridad. El derecho a la defensa lo aproxima a personajes y situaciones que lo llevarán a defender causas que fuera del ejercicio profesional no defendería.

El periodista debe aspirar a la verdad, a esa verdad agustiniana y fenoménica. Verum id est quod est, diría el santo de Hipona. Y "ver el fenómeno y solo el fenómeno", diría Teilhard de Chardin (El fenómeno humano). Pero, ¿hay periodista que sea purista en la verdad que pretende? No digamos ya de los que se someten a otros intereses o a proclividades ideológicas o políticas sino a los que odian o sienten alguna repulsa por situaciones o personas en particular. Allí donde las emociones entran a tallar no hay verdadero periodismo porque la verdad es kamikaze, no se insinúa ni extravía en simulacros y silencios.

El médico debe buscar la salud y no el negocio, la persona antes que la clínica, la integridad antes que la cirugía innecesaria, la negación de sí mismo frente al viajecito de seminario antes que el laboratorio del que en el fondo duda. Sin embargo, el médico promedio largará la vieja promesa insensibilizado frente a las decenas de camillas que salen a su paso en el pasadizo de un hospital.

El político pervertirá la verdad, la adecuará o la callará. Será el bufón de la corte multitudinaria de ciudadanos porque el contento de ellos es el voto de él. Cuando se trata de estar bien con todos, no se está bien con nadie y menos aún con la autenticidad y la verdad. No refiero los políticos legendarios, los heroicos de la doctrina, los que reducen el voto a un accidente.

El escritor finge siempre, Pessoa lo tituló para los poetas. El escritor aspira a la gloria y la gloria no se comparte. Destruir a la competencia, reducirla, silenciarla, ningunearla es el negocio que sigue a su escritura y a su vanagloria. Quizás rige la ley de las reinas de belleza o de las divas, porque para ser escritor o se es un anónimo asceta o un divo que pretende la inmortalidad. Cree que él no morirá si sus libros viven.

El psicólogo es el que está bien, mientras nosotros estamos mal (al menos en aquel pequeño escenario montado desde donde nos estudia como un entomólogo a un insecto en un frasco). El psicólogo escucha, a veces habla con la luminosidad de quien encuentra la clave de nuestros desastres y, por lo general, no se compromete. Curiosa manera de preservar la lejanía y destruir la confianza porque el psicólogo no descenderá de su Olimpo para ser tu amigo, no es ético, no es válido. El campo de batalla es reducido y fuera de él no existe vínculo alguno. Quizás la mejor imagen representativa es la de quien juega tenis con un amigo o frontón con una pared verde. El referente del análisis es Freud, un sujeto que sin ciencia predicaba que se puede encontrar un alfiler en una descomunal casa atiborrada de cosas, oscura y desconocida, tan solo con una pequeña e infalible linterna.

El filósofo se hará muchas aseveraciones, olvidando que la filosofía es hacerse preguntas. Es el arte de quedar perplejo, de lindar el abismo, de regar sobre la ignorancia de los otros, de equivocarse y crear paradigmas a la vez. Onán no se hubiera sentido mejor acompañado.

Los maestros. De los maestros no decir nada, salvo que su vocación sea un disfraz y la ideología lo único que se le pueda desentrañar del seso...