- en un país
Suelo descubrir que un buen porcentaje de conocidos no cree en el futuro, ni siquiera asume que hay futuro. Las circunstancias actuales, los desastres, la recesión y la conflictividad mundial tanto como el ir y venir de los políticos no aportan al optimismo. Ya ni qué decir de la vida personal de la gente.
Sin embargo, el optimismo es una actitud que mientras más fiel al sentimiento sea, mejores resultados traerá. El Cándido de Voltaire era una burla a la sociedad de entonces, una ironía; pero en Cándido hay una sabiduría escondida que los pesimistas son incapaces de comprender. Un millón de cándidos cambiaría el mundo para mejor, y me permito ser el primer cándido converso, aquel que dejó atrás a Séneca y a Schopenhauer para tornarse en un crédulo a la legua. No se pierde, se vive mejor, se remonta el realismo por la rala severidad del cinismo. Se vive el momento, no se permiten interrogantes y se perfila una distancia de los que solo transmiten negatividad y zozobra. Estos ya no existen.
El optimismo es fe en el universo o acaso en Dios. No es un "pensar bien en la gente", como algunos ilusos pueden prever (cuidado con los lobos y las madrigueras) sino un "creer", un "darse a la fe", conectar con una supuesta bondad del universo siempre afirmativo, un dios ubicuo en perpetua actitud de entrega. Quien no se la crea no ha transitado por las estaciones que suelen recorrer los que han vivido y leído a la vez, desde los estoicos a la Metafísica. Los que abrazamos la intelectualidad nos formamos en la duda, en las cavilaciones, en la incertidumbre y preguntas no resueltas de la filosofía, en el cero inicial de la ciencia y en la falsación de Popper. Luego predicamos desde la negación lo que no aporta sino perplejidad. El despertar siempre es luminoso y se refiere a un abrir los ojos frente a la magnificencia del universo. Se descubre que así como creer en un dios o en una potencia universal es más saludable que buscarle cinco patas al gato, el optimismo siempre da una posibilidad entre mil, a contrapelo del negativismo pasivo.
No es inútil decir que un líder optimista cambia más que uno pesimista, tampoco lo es que un gobernante que infunda fe es más sólido y ofrece mejores perspectivas que uno dominado por el principio del miedo, la escasez o la crisis. El ánimo que puede inyectar un elocuente líder motivador provee tanto como tanto puede quitar quien, atemorizado por el futuro, contagia su temor o se reconoce en la crisis o refiere más de recuperación que de saltos de progreso y prosperidad.
Solo los optimistas deben darse a la política. El pesimismo déjenselo a los filósofos.
Publicado: 2017-09-22
El optimismo es un término poco propicio para los que creen que se refiere a la autoayuda, pero es mucho más que una emoción o una manera de pensar. Si se diera, en los términos de conciencia colectiva de Carl Jung, una ola de positivismo cambiaría al mundo. Parece poesía, pero es real. El universo es energía y es vibración, cuando todo vibra en la alegría y en la fe, lo que es deseable llega y se instala.
Escrito por
RAÚL MENDOZA CÁNEPA
Abogado PUCP. Escritor. Columnista en Expreso. Ha sido integrante del staff de la página de Opinión de El Comercio y de El Dominical.