Con la perspectiva del sueño universitario por delante y atribulado por un tiempo de violencia me dirigí al pozo de Santa Rosa de Lima. Abimael Guzmán había construido para mí una adolescencia repleta de pólvora y de cenizas, de pesadilla y destrucción. Al decir, verdad, había faltado en los días previos, lejano mi hábito de concurrir con la multitud, precisamente el día de mi cumpleaños, el 30 de agosto, día también de la santa. Corría el 9 de setiembre de 1992.
de los piratas al terror

Había leído de los milagros de la santa, y uno de ellos me había impresionado de tal manera que me la jugué al milagro y al destino. Cargado con la culpa de no haber celebrado mi día el 30 en la cercanía de la siempre abigarrada multitud que visita su casa aquel día, aguardé una semana. Tomé un sobre y con la ingenuidad que me permitía la edad, tracé algunas delgadas líneas. En mis letras decía: "Ya que lograste expulsar a los piratas alguna vez, expulsa a los que hoy siembran el terror en mi patria". Suena pueril, pero para la fe no existe la simpleza. Tres días después capturaron a Abimael Guzmán, la cabeza de la destrucción y el miedo en el Perú de los 80.

No fue mi milagro, ignoraba que el seguimiento del GEIN ya estaba en marcha, pero lo asumí y lo asumo hoy 30 como aquel entonces. Los milagros son, a veces más sutiles e imperceptibles de lo que quisiéramos que sean.

La bella coincidencia de cumplir años y celebrar a la santa limeña al mismo tiempo, creó un vínculo indestructible y los creó para los demás. Aquellos que asocian mi celebración prescindible a la de ella, recuerdan mi boba festividad personal. Desde luego, conocerla más y comprender el significado de su sacrificio cotidiano nos torna en interpretes singulares. Para el morbo y algunos psicólogos que nada saben de la doctrina cristiana,  el padecimiento auto-infligido de la santa tiene un borde extraño. Ellos ignoran la sustancia de la purificación, poco o nada saben de fe. Quien esto escribe se precia de haber leído cúmulos de libros sobre Psicoanálisis y se pregunta cuántos "expertos" han leído sobre la razón de la autoflagelación y si no es, en cualquier caso, el Psicoanálisis, su propia disciplina, el gran mito de nuestro tiempo. Algunos artistas ensayan poses libertarias con obras irreverentes (poses, sí, que dista del genuino heroísmo del artista) para solo manifestar su rebeldía ¿Ante quién? ¿Por qué? Quizás, volvemos en este tramo al tema de los psicólogos.

Pero, bien, cumplir años el día simbólico de la celebración de una santa, no me convierte en santo; me lleva a repreguntarme algunas cosas sobre el mundo y sobre mi mismo, tanto como la definición de una huidiza santidad. A veces me asalta la peligrosa sospecha que mi santidad reside en la difusión de aquello que considero es la verdad y que por esos cauces me guía el destino. Quizás es menos, quizás es más. En estas fechas simbólicas nos embarcamos en un viaje interior para descubrirnos, para encontrar el secreto que define quiénes somos y cuál es nuestra misión (si es que esta existe).

Quizás sea también el momento de experimentar con el optimismo y transformar con él al mundo. En aquella breve historia firmada por Monsieur le docteur Ralph (Voltaire, en realidad), Cándido, el protagonista, es la representación de un ingenuo a la vela que cree que vivimos en el mejor de los mundos posibles, que todo puede cambiar siempre para mejor. Cuando la experiencia nos gana y hemos ensayado el escepticismo y seguido a Séneca como a un maestro, reparamos finalmente que solo el optimismo cambia la vibración y lo bueno atrae lo bueno. Quizás Cándido fue el más sabio de los personajes inventados por literatura alguna, solo que nunca nos dimos cuenta.

Más que ir por la contraria, ¿no deberíamos preguntarnos, tal vez, por qué no creer?