La argolla es un círculo y, como tal, se cierra. Nada cabe en su interior. Valga el símbolo para emparentarlo con lo que llamamos "argolla" en un sentido más pernicioso: círculos de poder basados en la amistad. Se observa en la literatura, en la política, en el deporte y hasta en los núcleos del poder más pequeño. La argolla es exclusión, es minimalismo (siempre son los mismos), es apoderamiento más que empoderamiento. El escalador se vale de relaciones para ir tomando la casa. Demasiado poder en uno o pocos es siempre la ruta a la perdición. Se pierde opciones, la validación de lo nuevo, la democracia, la visibilidad de talentos reales, la saludable rotatividad.

El gran problema de la argolla es que se cierra y mira por encima del hombro. Carece de méritos en su interior, se vale del lobby (que administra con sutilezas) y cierra la puerta al extraño, bárbaros atilas sin potros que cabalgar.

En muchas casas hay argollas al gusto de cada oreja o dedo y propietarios o jefes que se dejan timar sin reparar que buena parte de la vida es, por desgracia, un juego de poder.

Acaparan espacios, se muestran en vitrina gracias a la tarjeta o al amigo de siempre (que también ha incorporado a sus amigos), juegan sus nombres al encumbramiento y tiran por la borda el mérito del verdadero ganador. Michels se refería a la ley de hierro de las oligarquías en los partidos, quizás porque su centro fue el sistema político y no el mundo como tal. El reino de los amigos y de los compadres deshace el progreso, esconde lo que en verdad vale y prostituye la verdad.

Aplíquelo a la actividad que más le parezca, el vedettismo, el fútbol, la farándula, la cultura, el gobierno, la empresita, quizás tenga usted algo adicional que aportar.