Hay un preciso instante en el que las deudas como las promesas deben cumplirse. Hay libros que se obsequian al acaso o por una celebración y los hay de aquellos que son solicitados como una fórmula o una llave.
El libro ideal

Recorro mi estantería y busco aquel libro ideal, extiendo la mano para revisar a Borges. Su angustia de bibliotecario ciego me persigue, el paraíso en una biblioteca. Pero no hallo en él el milagro que me requieren. Tampoco lo encuentro en Milton, que perdió el paraíso con la visión. Ángeles y demonios en pie de lucha. No. Machado es poesía que concatena y anima, pero Quevedo es polvo enamorado, al menos en un breve tramo de una página.

Trato de acelerar con el hallazgo y la metafísica del siglo XX, que contradice a Kant, me deslumbra, me lleva a creer en los milagros. El Dios interior que nos habita supera todos los miedos y todas las limitaciones. Pero es un proceso complejo que podría hacerme parecer un místico, cuando no un taumaturgo medieval.

Los libros ingleses que desde Samuel Richardson a Jane Austen, me completaron en la concepción del romanticismo podrían servir, pero lo pide un corazón herido. La sensibilidad del siglo XVI de la primera georgiana que habló del amor romántico mientras era casada con un bisonte o las diferencias entre dos hermanas herederas, poco transmiten en el siglo XXI. La sensibilidad es otra. Se enamoraba entonces por carta, aunque los padres determinaran el destino de las casaderas.

Tanteo, poco tiene que ver Voltaire en este asunto y andando hacia adelante la ansiedad de Unamuno por la trascendencia o el elitismo de Ortega. Se trata de remendar un buen corazón y de proveerle de ungüentos y esperanza. El despertar de la civilización o los poemas homéricos, el largo viaje de Ulises, Faulkner (que lo dijo todo en su discurso del Nobel), Saramago y su claridad (aunque inapropiado al la circunstancia).

Siempre creí que Neruda, el omnivoro que le cantaba a las cosas sencillas, el del apetito voraz, era un obsequio para las almas más sensibles, detener el tiempo en el ahora y la geografía en el aquí. Tal vez Horacio o Séneca. Sócrates es excesivamente racional y se extravía en los juegos de preguntas. No.

Alguien necesita un libro y un libro que no palpite, que no sea un corazón, no es un libro. Proust es solo memoria precisa y Cortázar un juego en el que, de refilón, interviene el destino y el azar.

No hay un libro que explique el optimismo, la magnificencia de la vida, la gratitud en grado sumo, la excelsitud de los momentos, el arte de la vida y la perfección de los abrazos. 

Un cúmulo de hojas o quizás la fila que habita mis estantes es insuficiente, como lo es caminar sin saber que nos circunda la maravilla y que maravilla es lo que nos contiene y contenemos. Mientras un corazón del otro lado de la ciudad de piedras necesite un libro, el poeta está obligado a escribirlo. Y así fue. El libro dio forma con el espíritu de Milton y de Borges, con la fe y la gratitud de los optimistas y los sabios, con las tramas de las novelas inglesas y francesas. Una pizca de Chejov y de Dostoievski. El corazón que se desprende de la mente para escribir desde su propio centro producirá milagros en otro corazón. Los versos ya fueron trazados.