Cuando formaba parte del staff de El Dominical de El Comercio, se puso atención en los miles de escritores de vocación que no tenían ni nombre ni letra ni voz en la literatura peruana, donde más rentable que producir una buena obra o una extraordinaria publicación, es agenciarse de relaciones como si la cultura fuera un club o un Olimpo. Editores, periodistas, escritores y hasta lectores sucumben a ese mundo del star system sin ver o conocer de la calidad real que cada publicación. Por tal, los ciudadanos fueron convocados a escribir sus cuentos en el suplemento, de los cuales un equipo elegía los "mejores" sin considerar quién los había escrito. La obra antes que el nombre.
Literatura y obra

El glamour es llamativo, te vuelve importante, te lleva a pertenecer a una elite, te rodea de amigos y esos amigos se apoderan fácil de las embobadas páginas de los diarios. A veces te llevan a olvidar qué es lo que vendes por vender tu propio nombre. Si se toma una novela del boom latinoamericano en Europa de hace varias décadas y se compara con buena parte de la narrativa peruana actual (la que tiene más acogida), se es fácil reparar en las diferencias en el uso del lenguaje y en la estructura de la historia. Una literatura de nombres tiene las de ganar en un mundo que goza del espectáculo y en el que los talentos yacen ocultos detrás del relumbre de las celebridades.

Desde luego hay excepciones y buenos novelistas o cuentistas, algunos con experiencia, otros con laureado y verdadero talento creativo y otros en proceso de aprendizaje. La vanagloria temprana puede perder la más auspiciosa de las vocaciones literarias, pues el éxito marea muy pronto mientras la obra maestra se extravía en la creencia errónea que se va por el mejor camino.

Cuando en el suplemento El Dominical se examinaban los cuentos y se vislumbraban auténticos talentos ocultos, el autor de esta nota optó por abandonar la narrativa corta como oficio y cuando ya tenía la perspectiva de un libro de cuentos. Desde aquel sillón no podía competir con grandiosos escritores a la sombra, que probablemente siempre vivirán a la sombra y en la tribuna de los que ven a los medianos atletas atribuirse el oro y la plata. Mucho ruido, mucho glamour, relaciones públicas, nombres y espectáculos, pero poco énfasis en el producto. Cuando vendo un producto me centro en que el producto sea exitoso y no en quién lo vende.

El problema es que para romper el muro y sumar a la lista o abrirle paso a los talentos ocultos, imperceptibles aunque aspirantes, es necesaria una revolución desde los medios, una convocatoria mayor, abrir bien los obnubilados ojos para reparar que lo que hay es lo que sobresalta, que no es necesariamente lo mejor. 

No se trata de deselitizar la cultura, en tanto el talento creador no es democrático, sino de abrir más la cancha para mirar mejor el panorama. Quizás un Ribeyro, un Vallejo o un Gabo se oculten en la espesura del anonimato por carecer de un nombre, de un editor, de recursos o de amigos. 

La cultura del espectáculo y el espectáculo de la cultura.