La poesía es más útil que el ensayo porque es más abarcativa, reúne el deseo, los recuerdos, la angustia, el miedo y la sabiduría. A veces es también una rendición, la abdicación, la victoria de la potencia y el deseo sobre el acto. No se escribe desde el sosiego. Un viejo recuerdo propio en papel arrugado con reminiscencias de lecturas e influjos lorquianos que redescubro en una caja de desperdicios y memorias.
Ausencias


Neblinas heladas,

trombas de luz en marejada.

Casi a tientas el reloj porfía

Etérea niña de maravillas.

Bruma en la vitrina

vaho en la ventana

Por donde va

va la semilla,

la tarde marcha.

Años de incendio,

musa imaginada

de resabios y toques,

rigor de la palabra.

Me empeñé en azul,

turbia humorada,

calendario en prosa

entre las fieras faunas.

Animal herido,

hembra del día,

inocencia

de luminiscencias

vagas.

Eso fuimos entonces,

nada, apenas polvo,

vaporosa hada.

No existías,

es cierto,

aunque tal vez existías

en el reino de las crudas llamas.

Fuego entre mil

calles abandonadas,

eso fuimos entonces,

vapor ruina masa.

A través del túnel observo

y lo que queda de todo es la palabra.

Y la palabra es Dios, verbo,

O no más que una sutil

existencia encadenada.

Te inventé entre mil,

y entre mil va la calle

y entre mil yaces como la malva,

herida en la arena vasta.

El cuadro, las rocas sobre Gibraltar

la fiesta de las cascadas,

el rumor del agua que se abate

sobre mi herida de navajas.

Malhadado invento de la pluma

mi sangre del tintero bruñe

en un rojo abril de pascua.

Recuerdo entonces,

y de recuerdos visto (entre remaches)

la alborada.