Es más que una impresión, la observación de la realidad histórica. La peruana es una sociedad altamente politizada, distraída siempre por los temas secundarios o, al menos, en las dinámicas políticas. Estas tienen tal potencia que pueden afectar las variables económicas.
A crecer

No es un secreto que la economía se ha contraído y seguimos tentados por afilar los vínculos entre el Congreso y el gobierno. Sin minimizar la corrupción ni otros fenómenos adyacentes, pareciera que nos congestionamos en materias que no son las que contribuyen a que los peruanos tengan un mejor nivel de vida. Más aún, consideramos que un fenómeno político, el indulto a Fujimori (por decir) es céntrico y tanto que ayudará a destrabar los índices macroeconómicos, como leí de la opinión de un economista.

La economía no debe supeditarse a la decisión de los políticos. Más importante que centrarnos en debates institucionales es analizar qué podemos hacer para destrabar y desregular, qué hacer con el desatino de la refinería de Talara y cómo romper los diques que por escándalos de diversa índole hemos construido para que las inversiones públicas y privadas o las alianzas público-privadas adquieran una nueva dinámica.

Mientras los vecinos crecen (incluyendo a una sorprendente Bolivia), los peruanos hemos llegado a Bizancio. Mientras nos invaden los bárbaros y sus potros feroces, insistimos en discutir sobre el sexo de los ángeles. 

No negamos que el Ejecutivo se ha servido en bandeja con una adenda de Chinchero absolutamente inútil y más que inútil, perjudicial; con el agravante que el añadido se firma en el peor de los contextos, cuando el tema Odebrecht quema a funcionarios y gobiernos en América...

O nos sacudimos para crecer o los que salieron de la pobreza en los últimos años volverán a ella; o elaboramos un pacto de gobernabilidad entre el Congreso y el gobierno o nos inmovilizamos mientras la casa se cae.

Lamentablemente, los ciudadanos no tienen la palabra.