Decía algún cercano que las ayes lastimeros no sirven para sensibilizar a nadie. "No des pena porque dirán que mendigas, que lloras o que eres un looser". Sí, aunque sea cruel algunos te llamarán "perdedor" y te cantarán tu derrota en la cara, porque en el Perú la desgracia ajena solo sirve para la fiesta secreta de los otros o para la satisfacción de alguna venganza inexplicable. Algunos se rasgan las vestiduras y le rezan a los crucifijos, pero sin corazón nada les sirve porque Dios es amor, según entiendo. Vienen estas líneas  a partir de las reacciones que en el camino se encuentran cuando adviertes que tu madre está en la fase final del Alzheimer, que está postrada In Fine en una cama mirando sin mirar, como las vacas que en la yerba se tienden despacito a morir, entreabriendo los ojos, cerrándolos, estremenciéndonos con sus sutiles estertores. Tu propia tragedia familiar y la ausencia de empatía o compasión de unos o de otros se conjugan para medir el grado del egoísmo o compasión de la humanidad.
dañar es más fácil que compadecer

No, no es que el hijo de una madre que ya no puede deglutir y que se va apagando por la muerte cerebral irreversible y progresiva espere algo a cambio de los demás: una palabra, un correo, un abrazo que  nunca llegarán. La solidaridad real, aunque sea de palabras sentidas solo la recibes de dos o tres o cuatro personas cuando de estos asuntos se trata porque pocos conocidos han pasado por lo mismo o por alguna tragedia familiar o la han olvidado. En lo particular a los que tienen un familiar con Alzheimer los he visto pasar como quien pasa sin refrenar, no los conozco para el abrazo. En cuanto a los demás ni qué decir, porque si algo he comprobado a lo largo de los años es que el egoísmo rige y que es más fácil extorsionar o destruir que colocarte en los zapatos del otro y "amar".

Recuerdo haber hablado del tema, de mi madre yerta, ida, con más de diez personas y de ellas apenas dos expresaron su empatía, su desazón y su compañía. A alguna persona le mencioné la desgracia entre otros temas y pasó el asunto como quien se salta una valla para responder por la tangente, muy alegremente, por cierto. Vivir en lo propio, de todos modos, no es condenable, pero nos exonera de pontificar. Deduje que poco le importa y que para tasar su humanidad bastaba apenas su silencio y su ego. A otro le escribí y me devolvió las palabras con frases sentidas y sinceras, de esas que, por fin, te devuelven la fe en la humanidad. A veces la solidaridad tiene poco qué ver con el grado de devoción hacia Dios. En un caso un creyente eludió la pena que no le atañe; en el otro, un hombre no creyente o en crisis de fe me demostró su franca solidaridad porque sabe lo que es padecer. En realidad, la compasión, padecer con el otro, no es un asunto de ética o religión, es de sencilla y profunda humanidad, de tener corazón, de haber pasado o estar pasando por una cuestión similar.

Los que tienen un ser querido en la fase final del Alzheimer solo tienen por destino contemplarlos. Pierden la voz, la comprensión de las palabras, la movilidad, la posibilidad de deglutir... "Viven" en una cama durmiendo o mirando una pared. Tienen por artilugio de alimentación una sonda nasogástrica que les permite alimentarse y una enfermera de rigor que se sucede con otra para mover al paciente en su cama cada dos horas para evitar las escaras letales mientras la antesala del fin se convierte también en el pasadizo del olvido y de las enfermedades recurrentes. Sus ojos se van, empiezan a tornar hacia arriba, como una señal de despedida, son como los ojos que a ratos se blanquean de un cordero abandonado en el cesped. Suena dramático, pero es real. 

El paciente con Alzheimer no sufre más que los hijos (por decir) que lo visitan solo para tantear su sueño y su inmovilidad inconsciente. Simplemente aquella madre que amas ya no está (solo es una presencia física) y acercar el rostro hacia aquellos ojos desorientados que no nos reconocen ni nos reconocerán jamás es como tratar de abrir una puerta que tiene por umbral el vacío. Alguna vez esos ojos nos amaron, intentar que nos redescubran, nos identifiquen, es romperse el alma para volver a casa descontentos, fatigados. Es como tasar el peso de nuestra propia precariedad y la de ella, que es la de un vivir sin vivir, conectada al soplo de la vida apenas como un descuento.

El hijo que ve a su madre en tal postración, solo tiene por recurso el recuerdo, la infancia que se compartió en la vieja casa,  los paseos conclusos y felices,  las miles de palabras que se intercambiaron en el ayer y los consejos que nunca se perdieron en saco roto.

Lo propio es que el hijo de una madre en esta fase recurra sino a un abrazo del otro, a un profesional y su diván. Pero nadie sentirá lo que sientes y la cortesía o el oído diplomático de los otros poco sirven para menguar tu dolor. El mundo puede ser muy cortés y escasamente compasivo. 

La memoria del bien perdido y el olvido que es niebla en el vacío de la madre que amas y para la cual moriste antes de que tú la veas morir, está cubierta de nostalgia. La memoria del hijo se carga de eventos idos, los "te amo" se tornan en vocablos tardíos, acariciar sus cabellos ya es inútil para ella y quizás solo útil para ti. "Ya es tarde, por qué no lo hice cuando recordaba y sentía", las autorecriminaciones sirven de poco, apenas descargan la conciencia. No la consuela a ella, solo a ti que llevas la culpa de saber que tu madre es como una estatua tendida mientras tú caminas por los parques y sorbes del viento fresco de la tarde...y gozas del paisaje o de la película, del libro o del sabor.

En realidad, el dolor siempre se lleva a solas, a cuestas, o con los pocos o muy pocos que en verdad te quieren; los demás son solo fríos testigos de tu tiempo,  a veces remotos, a veces corteses. Lo peor es que tal es la naturaleza humana, tanto que no tienes a nadie a quien culpar ¡Y se supone que somos a imagen y semejanza de Dios! ¿Será?