Pareciera que hay temas en los que lo prudente es callar para eludir el linchamiento virtual. El feminismo, la ideología de género, la fe, la libertad, el matrimonio gay, el racismo, entre otros; son items en los que es peligroso expresarse en uno u otro sentido porque siempre habrá confrontación, una que escapa al debate, que nos hunde en el territorio abrupto de la violencia verbal o el apabullamiento en masa.
Uno de los debates

Valga aclarar que quien escribe es un macho feminista, en tanto creyente defensor de la igualdad de derechos entre todos los humanos. Por tanto: no solo se trata de especializar la defensa sino de asumir que la categoría "humano" no merece ser un trato diferenciado. Iguales ante la ley y con iguales o no menos derechos, lo que no debiera llevar a una excesiva discriminación negativa. 

Este tramo con el que abrimos, me lleva a abordar uno de los temas más sensibles y de la manera más sutil:

Hace poco una periodista plantó en mesa (en una radio) a dos autores argentinos. Al decir verdad, ya se dijo mucho sobre el tema. Solo añadir que un periodista trata sus discrepancias en el nivel de la argumentación. No es como lo que leí en una columna de Peru21, que defendía en cierto modo tal comportamiento: “Me encanta que una persona renuncie a argumentos rebuscados para defenderse de manera políticamente incorrecta, callejera, frontal. Soy una convencida de que la elegancia, a ciertas alturas del debate, no sirve de nada…cómo no, pero qué rico se siente una buena mandada al carajo a quien se lo merece...”. Eso no es precisamente lo que debe hacer un periodista ni polemista alguno. Ninguna satisfacción es mayor cuando desde la mayéutica socrática hilas réplicas que ganen en la cancha del intelecto, que es donde se juegan las palabras. Precisamente esa es la razón por la que muchos guardan silencio en la discrepancia, pues en la red totalitaria mediática, "no estar de acuerdo" es disidencia. 

Son detalles de muchos debates en los que pareciera que el imperativo es pensar igual o, en su defecto, no debatir o insultar. El feminismo es uno de los temas que ha llegado a tocar áreas sensibles y con el que hay que tener un sutil manejo para no ser mal interpretado y más si se es hombre. Más allá del supuesto plan subterráneo gramsciano (que “incluiría al feminismo”, dicen unos) para acomodar la superestructura al objetivo marxista del poder (nunca tomé en serio a Marcuse, por cierto), hay posiciones que son respetables solo si es que las interpretamos en su contexto histórico. Me refiero al feminismo a partir del protagonismo social de la mujer. Simone de Beauvoir, por ejemplo, me pareció siempre una intelectual interesante para aquella lejana mitad del siglo XX occidental en la que, como en las viejas castas orientales, la mujer tenía un papel predeterminado y bastante restringido. Pocas valientes se atrevían a pasar el linde de su pequeño territorio, de su sumisión, de su dependencia o de su miedo. Simone fue revolucionaria en su amor libre con Sartre y una inspiradora de la libertad rebelde (como condición sustancial, en términos de Camus), aunque probablemente inconsecuente si es que le creemos a Paul Johnson cuando sostiene que la intelectual y “Castor” montaron “un sistema para conseguir alumnas con las que satisfacer los apetitos sexuales del filósofo”. Pero, al margen del supuesto “proxenetismo” de la pensadora o de dejarse humillar por el existencialista, su discurso tuvo la válida vigencia que merecía su tiempo.

¿Cómo no respetar un feminismo equilibrado? Respetarlo y alimentarlo desde la masculinidad es lo que nos hace más hombres. Más hombre es quien respeta y honra a la mujer. Menos hombre, aquel que la violenta, la humilla o la constriñe, pero hay que ir despacio con las teorías y las generalizaciones. Como en la crítica al capitalismo liberal de los tiempos de Dickens, el clima se presta para el argumento. La evolución social es la que marca el desfase entre el reclamo y el extremismo. Me pregunto si Marx resucitado se atrevería a tomar notas similares a las que tomó en su crítica al capitalismo de su tiempo. Al margen, las teorías solo son válidas o más valiosas según su contexto. La calidad de vida del proletario inglés del siglo XXI llevaría a Marx a desdecirse de sus escritos fundamentales y los avances sociales de la mujer inducirían a Simone hacia cierta morigeración.

Simone de Beauvoir a fines de los años 40 reclamaba con justicia contra el confinamiento de la mujer y su rala participación en el proceso social. Justa posición, desde luego. Sin embargo, como en el caso de Marx, la dialéctica del tiempo relativizó en algunos márgenes su contenido. Aunque muchas mujeres trabajan en el plano familiar, son también profesionales, jefas, políticas, personajes sobresalientes. El 50% o más de las universidades las albergan y es probable que su alto nivel de competitividad las torne en primeros puestos. Las opciones son múltiples y no es solo uno el camino. "La mujer nace mujer, ya no se hace mujer". 

El problema de un sector del feminismo militante confrontacional es que no se atenuó con los cambios sino que se perfiló más radical en su activismo, tanto que la igualdad dejó de ser el discurso, avanzando hacia la satanización de lo no femenino y a un margen creciente de discriminación negativa del “contrario”. 

Justo es colocarle el “grillete” a aquellos que denigran su propia hombría por su violencia contra la mujer, y si hay decenas de campañas “Ni una menos”, apoyar será siempre un sello de hombría para el macho que asiste y reconoce la dimensión escasa y execrable del hombre violento. Sin embargo, entendamos que el feminismo no es ni debe ser confrontación general ni un “anti” genérico; debe buscar, por el contrario, el equilibrio y las vías que sirvan a la realización plena de ambos sexos en un clima de integración, sosiego, armonía, cooperación e igualdad.