Mi formación liberal que discurrió entre los clásicos y los modernos siempre compareció frente a la idea que el interés primario es el ego, el yo legítimo que domina todos nuestros actos y que nos libera de pensar en el otro. La vida nos ofrece lecciones que los libros solo teorizan inútilmente.
Ego y compasión

Tras una vida en la que los contratiempos no fueron ajenos y en la que las desgracias propias solo tuvieron como correlato la indiferencia, la ingratitud y hasta el odio impertinente, es que la conciencia se abre y reparamos que la compasión, la gratitud, el amor al otro son esenciales y no elementos al margen. No ver al que sufre o no sentirlo, no agradecer ni estar al tanto es casi un crimen contra la humanidad y contra uno mismo.

Somos finalmente una sola sustancia, la unidad del ser. Si golpeas a otro, te golpeas a ti mismo. Odias en otro lo que odias en ti mismo. La maldad es una traición que cada uno perpetra contra sí mismo. La indiferencia es un descuido personal. El perdón libera al otro, pero fundamentalmente nos redime a nosotros mismos.

Solo el primitivismo de la conciencia o la preeminencia del instinto reptiliano que nos aleja del espíritu nos impide "ver".

Liberalismo sin humanismo es culto al yo y, por tanto, una religión. Ideología sin amor es rendición frente a las ideas, esclavitud intelectual y derrota.