Se detuvo frente a aquel jazmín nocturno que desprendía su aroma. Tantas pérdidas dolorosas en dos años, crispado por su hijo, su desamparo y por una madre desfalleciente; su vida era caminar en círculos en las mañanas y y tantear inútilmente el oído que habría de escucharlo. Solo tenía por recurso el monólogo interior y la escritura. A veces nos requieren y asistimos prestos, pero por lo general cuando nos toca desahogarnos, no encontramos a nadie dispuesto a obsequiarnos su tiempo. Puedes dar dinero, objetos, oro y todo lo recuperas, pero si hay algo que es irrecuperable es el tiempo: el mejor regalo que puedas obsequiar, el regalo que solo un genuino y buen amigo te puede dar.
Ocurre que...

En los peores momentos y en la penumbra sólida necesitas siempre a un amigo, ese amigo que nunca falla, pero que es visible y que tiene una piel, una carne y unos ojos como tú. Sabes que nadie te escuchará en este mundo repleto de prisas y que pueblas un universo en el que la amistad franca, íntima y confidente es una bendición que  a pocos toca. Al menos él no tenía a quien volcar sus miedos y sus penas. Ya estaba mayor para crearse un amigo imaginario, sus compañeros habitaban felices lechos, todos estaban ocupados, porque el mundo siempre está ocupado y él era un número sobrante, un punto al margen.

Todas sus desgracias y sus miedos quedarían atrapadas en su garganta para siempre. Recordó la vez aquella en que le contó la situación de su madre a su vecino y la indiferencia de este, quien interrumpió para hablarle de deportes. Juan se había cansado de visitar a aquella imagen del crucificado que lo miraba sin verlo, una efigie de yeso cuya boca parecía moverse sin emitir sonido; pero era lo único que tenía.

Siempre se rodeó de amigos que le contaban sus problemas, siempre eran los otros los que recurrían a él y él los escuchaba con paciencia y entregado. 

Supo en sus malos tiempos del valor de tener un amigo. No cualquiera, no la patota para la risa y el fútbol, sino de aquellos que te prestan el hombro, los oídos, la confianza y los ojos.

El terapeuta lo oía para cobrar al final. No hay terapia con amor. Es una profesión como cualquier otra donde el paciente suelta sus tormentas, el profesional escucha y aconseja, pero nunca vuelca lo suyo. Es solo un contrato, un partido de frontón, jamás un lance de tenis. La amistad es precisamente un ida y vuelto tiernos, un reino sin condiciones, un mundo de confidencias, un pacto eterno de confidencialidad, la gratuidad mejor pagada del mundo.

Juan se sintió solo, con aquellas turbulencias trizando su corazón ya herido. "De él huían los pájaros y en él la noche entraba su invasión poderosa". Trazó un poema, los poemas eran sus genios invisibles de las mañanas. No tenía musa ni destinataria, era no más que una invención en ese mundo que había creado para él, para protegerse del mundo, de aquellos eventos desafortunados que lo encontraron solo y apenas de pie:


Adiós.

Para siempre adiós.

Viajeros de ida,

simplemente extraños.

Amor, siempre los adioses.

Es inútil combatir

el lindero del abismo.

Punto de agujas

Remotos arcanos.

Distantes barrios,

disímiles voces,

tu cuerpo yerto desdoblándose

en extraños territorios.

Es muy tarde, adiós.

Vierto mis humos arqueados

en las calles moribundas.

El océano ya no tiene tus ojos.

Eso es todo.

Adiós.


Tras soltar el poema recién escrito, tomó su guitarra con los dedos encallecidos y en la soledad de su estudio cantó aquella vieja canción que solo quienes tienen por don y gracia la amistad habrán de comprender. Él no.