Los poetas sin amor son campos desolados, de allí que la pluma necesite el tintero de la sangre y de musas que sean imperecederas tanto como gloriosas. El poeta encerrado en la jaula de un corazón apretado es como el músico que no tiene un violín ni un piano ni una partitura para mostrarse al mundo. A veces el poeta no quiere ser poeta, quiere ser poema, ser objeto, ingresar en el corazón de la amada como un ladrón en la noche, cosa que el poeta muchas veces, como tal, no logra consumar.
Asunto de fe

Un poeta sin fe en el amor no es poeta, su poesía es artificio. Para ser vate se debe el logro de un amor que lo supere, que vierta en su alma otra alma que no le es ajena, fundirse, vencer aquello que Fromm llamaba "el sentimiento de separatidad". Pero el poeta, por más poeta, no debe ignorar que el imperativo de un sentimiento de tal sustancia no es egoísta ni posesivo ni impaciente. Para empezar, el poeta que ama y se inspira, es un hombre de fe, de fe en el objeto de su amor que lo trasciende y dignifica.

Un poeta solitario que no ama ni de cerca ni a la distancia es solo un remedo, una sombra. El poeta está llamado a amar, acaso a un fantasma o a una ilusión. Quizás porque se me da conque la poesía es la esencia artística del romanticismo, cuyo instrumento es en su forma la belleza y en su contenido lo sublime. Poco o nada se me da la poesía como arenga social o como artilugio del vulgo para la manifestación de lo cotidiano. La poesía es sagrada, es mística, viene encorazonada. 

Sin poesía no hay esperanza. El poeta escribe para sí, para su pasión oculta y desmesurada, para su amor público, para su ilusión por arribar, para el ser que un día fue y ya es memoria. Mientras dilucido el significado de la poesía, y ya que cada poeta elabora su arte poética y sus conceptos, llegan estos versos, que son fe, nostalgia, ideal, extrañeza frente a una viajera insomne que asoma de a pocos y cuyos besos ya dejan fluir el jazmín del aliento...


Niña.

Hoy tan cerca, tan marcial.

Esas cejas nuevas

y los ojos recién puestos.

Veo partir los barcos.

El muelle guarece,

El sol reposa su aura magistral.

Hilvanando nombres me pasé la tarde.

El muelle, la ronda del lobo, la risa, la aurora.

El océano metálico de cantico nupcial.

Es la memoria.

El lecho nuboso a medio armar.

Ese amor,

sublime, trágico,

hileras angostas trepan en mi cuerpo

niña,

desasido collar de antiguos ritos.

Encrespados mares por navegar.

Y ese río ineludible y mortal, mujer, ¿para dónde irá?