Soy de los que sostiene que el hombre crea su realidad a través de sus creencias y que se atrae lo que se asume y se siente. Antes era, para este lector de Séneca, darse al pesimismo, tornando en realismo el fundamento de una doctrina que se dolía del mundo. Hoy creo que celebrar la vida y olvidarse de Séneca y de los válidos de la resignación es más saludable, tanto como seguir la máxima básica de la economía: maximizar el placer y huir del dolor.
Una fe

Para ser más preciso, buscar, huir, no son los términos adecuados. Lo adecuado es vivir ya en un micromundo feliz y entregarse a lo que el universo nos tiene por feliz reserva. Amar, besar, copular, reir, pasear, viajar, leer, engolosinarse con una buena película...De eso se trata cambiar el universo y cuando cambias el tuyo y todos se dan a la alegría, cambia el de todos y cambia el mundo. Es una orquesta que toca la marcha de la felicidad.

Abandonar los poemas amargos es un tema de salud mental, como lo es abrazar los laudatorios de la naturaleza y de la vida. Ser un amador en los poemas y reeditarse a sí mismo como nerudiano es tan auspicioso como la frase que casi abre "Confieso que he vivido", del poeta chileno: "Soy omnivoro de seres, libros, acontecimientos y batallas. Me comería la tierra, me tomaría el mar".

¡Abajo Séneca! y ¡Abajo los adoradores del odio y de la amargura! La felicidad que sugería Epicuro (Placer, éxtasis y paz interior o ataraxia) es superior al placer elemental de Aristipo (un hedonista de menor peso). Digo, la felicidad epicurea es solo una ilusión si no se acompaña de la paz con los demás. No se concibe a un hedonista sin pacifismo. Hagamos el amor y no la guerra. Que enemigos y enemigas se acuesten en una gran plataforma y que las guerras se sublimen por el placer. Vano intento de superar al otro a través del odio y de las armas. Todos somos uno y al golpear al "enemigo" golpeamos nuestro espejo ¿Qué persona u objeto no es una manifestación de la misma sustancia divina? Nada hay que nos separe, todo nos une y las fuerzas del amor y la fraternidad tienen, de por sí, mayor sustento que las del odio. Quien odia y no perdona merece la reclusión, el tratamiento, la cura espiritual, porque quien odia al otro, a sí mismo se odia.

El paraíso terreno no es una químera, ocurre simplemente que el hombre es tan estúpido que no es capaz de asirse de la verdad ni de reconocer las maravillas y riquezas de la vida: relumbrante fiesta, nunca un valle de lágrimas.