No es la vanidad o el estilo. Quien crea que la poesía tiene por fin impresionar no entiende de poemas. No hay un objetivo en el poema más que ser, existir y, más precisamente, existir como una expresión de lo que el alma cobija e inquieta.
Poema en El Dominical

Hace unas pocas semanas El Dominical, del Diario El Comercio, publicó uno de mis poemas. Algunos asumieron que esa intensidad solo podía provenir de la sustancia del alma, tomando forma en la palabra. Acertaron. Sin embargo, la vida es movimiento y un poema tubulento del pasado puede ser hoy un soneto laudatorio o unas odas de gratitud. 

Pese al tránsito de la vida humana (y del poeta), nada inmortaliza más a un ser que la poesía. Inmortaliza al poeta y a la musa. Sor Juana Inés de la Cruz, disfrazando nombres, dejó constancia de su pasión (no siempre mística), lo mismo hicieron Bécquer y más cerca, Neruda o Amado Nervo. Ellos manifestaron su amor y el objeto de ese amor en el momento que se vivió, quedó en tinta y en gloria para siempre.

La poesía es la mayor de las artes porque es el alma tomando forma. La novela intelectualiza, el Ensayo aún más y la pintura o el Cine reeditan la vida. Si existe un arte puro es la poesía y, por desgracia, es la poesía el género menos apreciado en el mercado de lectores.

Poetas sin tribunas que tributan su pasión o su amor a la inmortalidad. Si vale una muestra de poema en turba, robando una sola palabra a un canto popular, es esta, que escribí años atrás, publicada en mi libro La invención del reino (2013) y hace unas pocas semanas exhibidas generosamente en el suplemento ED (El Dominical)


El Dominical, de  El Comercio