No hay mejor demostración de la maestría de Dios que la música y la poesía. No hay mejor demostración de la maestría de los hombres que crearlas y venerarlas. Hay música y poesía en los ojos que húmedos nos miran antes de un abrazo o en las palabras que transmutan en silencio porque el silencio lo dice todo como las comisuras de una bella boca que sonríe.
Gracias

¿Solemos dar las gracias por lo que por natura o gracia de los hombres nos viene? ¿Por el magnífico "Poema de los dones", de Borges? o, ¿por la magia de las criaturas que contenidas de divinidad crean el arte y con el arte la vida?

¿Podría un alma ávida de almas no emocionarse por estos versos que alguna tarde de Otoño Carlos Germán Belli erigió como una señal de la belleza que nos contiene?


Nuestro amor no está en nuestros respectivos

y castos genitales, nuestro amor

tampoco en nuestra boca, ni en las manos:

todo nuestro amor guárdase con palpito

bajo la sangre pura de los ojos.

Mi amor, tu amor esperan que la muerte

se robe los huesos, el diente y la uña,

esperan que en el valle solamente

tus ojos y mis ojos queden juntos,

mirándose ya fuera de sus órbitas,

más bien como dos astros, como uno.

Las melodías

Borges, precisamente agradecía en "El otro poema de los dones" por "el amor, que nos deja ver a los otros como los ve la divinidad", por "la música, misteriosa forma del tiempo". La poesía y la música se emparentan, pero la primera no requiere de las letras para obsequiarnos con su mensaje y, a veces, con el don de la fe que la envuelve. Pensaba en la gratitud al oir la cantata 147, "Jesús, alegría de los hombres", una melodía ascendente que es poesía sin palabras, amor puro que cala en la piel, que nos envuelve y nos sumerge, que nos alumbra con el sol de la divinidad que todo lo habita y que nos contiene.

La gratitud es una actitud ante la vida y ante los hombres, el atributo inapreciable de la vida que nadie debiera soslayar. Sino, ¿qué siente al oír lo que viene?