- Recuerdos sanados
Por entonces caminaba sin un rumbo y tensando mi propia búsqueda, reincorporarme. Era dar vueltas en círculo. El problema de rondar las mismas calles, tentar decenas de opciones (sin lograr una) y autoflagelarse devorando todo lo que puedes llevarte al estómago solo para matarte es una forma de naufragio. Es el abandono total sobre un madero en el medio del mar. Fue entonces que destilando cóleras reconstruí una novela titulada "La entraña del mal". Trata sobre el asesinato de John Lennon y las motivaciones de Chapman. Fue también llevar la ira a la escala Dios, porque en sustancia es una queja. Algunos tramos abordan el tema de la envidia y de una supuesta injusticia divina a través de una pretendida redención de Caín.
Cuando la ira pierde su sustancia y cede, nace el espíritu de reivindicación y búsqueda. La fe en el objetivo reconstructivo es la primera fase de ese cambio. Aún se juzga y aún se es víctima, pero se asume que el poder de la fe hace milagros y que somos pequeños dioses creadores. Visualizamos, asumimos la disciplina de decretar lo que vendrá. Todos aquellos fracasos y bloqueos entran en el campo de gravitación. Lo bueno atrae lo bueno, pensamos; pero persistimos en los apegos y en las expectativas. Sometidos a la Tierra seguimos esclavizados a nuestras pautas sentimentales y de comportamiento.
Es entonces que descubrimos que no podemos preparar un jugo de naranja sobre una licuadora que permanece sin lavar, con muchos atisbos de un repugnante jugo anterior, de remolacha, ají, perejil y zanahoria. Digamos, que esos restos son nuestras resistencias, memorias y creencias viejas que solo sirven para anclarnos a pesar de nuestra voluntad.
En la tercera fase dejamos las expectativas de lado y lo hacemos muy en serio para vivir solo el "ahora", como los Zen o los más disciplinados epicureos. No hay más tiempos, toca centrarnos y, desde luego, toca limpiar nuestro interior de las memorias y vibraciones negativas que subsisten. Desde esta línea, no vemos más allá, ignoramos qué ocurrirá, pero nos sometemos a las manos del universo, de Dios, de la sustancia divina (llámalo como gustes), pero no sin antes arrepentirnos y pedir (pedirnos) perdón por todos esos pesados lastres de memorias negativas, resistencias y anclas que nos impiden avanzar. Tras el perdón y la limpieza, transmutamos los viejos espacios en pura luz a través de la manifestación del amor. Amamos a Dios, al universo, a nosotros mismos, a todas las personas. Gran oración decir "te amo", un "te amo" universal que no se agota en una partícula, en un ser o en un territorio. Y la palabra mágica final es "gracias".
La gratitud por ser, por lo que se nos dio, incluso por lo que nos rompió el alma y dejó una lección es la mejor expresión de la fe. Solo se cree en algo cuando se agradece de antemano.
En esa última fase no odiamos, amamos, perdonamos y agradecemos. También desde este tramo nos amamos y nos perdonamos. Ya no esperamos nada, solo vivimos y aprovechamos todas las oportunidades que se presentan con la luz de la intuición. Sabemos también que la culpa importa poco, lo único cierto es que creamos nuestra vida, producimos nuestra película vital y, por tanto, somos plenamente responsables de todo aquello que ocurre en nuestro exterior. La solución no está afuera, está dentro. Cambias tú y el universo cambia contigo, encuentras la paz interior (Epicuro la llamaba "ataraxia") y abres la puerta a los milagros. Claro que...no los esperes. Solo encárgate de vivir.
Hay circunstancias desagradables, por decir lo menos, que son la oportunidad para cambios sustanciales, para evoluciones espirituales que no se hubieran producido en otras circunstancias. Dar las gracias, aún por lo que en apariencia es "malo", es más sabio que quejarse y que odiar.
Publicado: 2017-01-02
La verdad es que propio de lo humano es victimizarse. Cuando por circunstancias ajenas perdí un empleo, lo primero que me ganó el espíritu fue la ira, una ira acumulativa que solo destruía los resquicios de mi propia alma. Jugar al odio, a buscar culpables o a encargar al entorno la responsabilidad de mi propia vida es un error de primerizos en el arte de la evolución espiritual.
Escrito por
RAÚL MENDOZA CÁNEPA
Abogado PUCP. Escritor. Columnista en Expreso. Ha sido integrante del staff de la página de Opinión de El Comercio y de El Dominical.