Tras el caos político, tras el trajín de las derrotas que fueron, tras las flagelaciones cruzadas que llegaron cuan relámpagos sobre mis lomos desnudos y rumbo al abismo (licuado el sostén económico), solo queda la poesía.
Poesía

El infierno es el otro, decía Sartre. Lo comprobé de la única manera que se prueban las verdades, experimentándolas. La tentación de ser un lobo en el bosque de lobos cedió a los principios. Pese a la maldad del otro, al o a la que te jugó mal, a quien te tortura bajo techo o fuera de él y pese a la disolución de la esperanza como una niebla que se difumina al sol, corro como un cobarde para entregarme a la oscuridad de las frondas y de las cuevas.

He vuelto a la poesía, a leerla, a escribirla, a habitar la llanura de una página para no volver. Afuera llueve y truena y estoy solo, tanteando entre las noches y los claroscuros del alba el sueño del amor. Sueño de amor, sí, aspiración prohibida, mar secreto y en calma. No se puede amar sino lo que no nos sabe amargo, lo que  traza las líneas de un nuevo poema, el aliento a menta de una musa, el océano azul de unos ojos en los que te hundes para tocar un alma con tus dedos. Buzo agitado y ávido, poeta que en la turba de las tempestades huye del mar y se esconde de nuevo en la sutil hechura de sus versos.

Había decidido no fabricar poemas... pero estoy solo.