Se entiende teóricamente que la autorregulación en los medios es importante en aras de una prensa que elude sus propios excesos. Sin embargo, la autorregulación por medio de una entidad de consenso como el Tribunal de Ética del Consejo de la Prensa Peruana puede ser tan peligrosa como la propia regulación gubernamental cuando empieza a hacerle ascos a todo. Ya le tocó el turno a Phillip Butters y sobre Milagros Leiva ya cayó una denuncia (según parece), pero estos dos casos son harinas de otros pastel y que muy bien podrían resolverse en otras tribunas. Lo potencialmente pernicioso es cuando lo que se autorregula es la corrección, la moral, las buenas costumbres, la conciencia y todas esas categorías difusas que responden más al prejuicio que a la responsabilidad objetiva. Más arriesgado es aún cuando se tratan temas que se resuelven de manera sumaria, por magistrados de ocasión, sin formación en las lides y sustancia del Derecho y con descargos que no podrían ser sino "mea culpas" arrancados en un rincón.
límites

Jefferson prefería los desbordes de la prensa a una prensa controlada, que es más o menos lo que propone Verónika Mendoza. Pero la autorregulación por tribunales propios tiende a acentuar más la restricción que la duda. Las pretendidas injurias o difamaciones deben verse en los tribunales de justicia (a falta de rectificación), a través de las querellas que solo comprometen al agraviado y al supuesto perpetrador. Debiera quedar fuera la ética y la conciencia moral.

Recientemente, el escritor y periodista Jaime Bayly fue censurado y su columna en Peru21 dio a su fin. Según Bayly, el periódico le hizo unos cuestionamientos morales a dos de sus artículos, pues un lector envió una carta en la que, adjetivos de más o de menos, decía que el columnista tiene una"mente enferma" y sus artículos son "asquerosos e inmorales".

Bayly fue impreciso. Perú 21 no fue quien cuestionó las notas,  los “cuestionamientos éticos” los hizo el Tribunal de Ética del Consejo de la Prensa Peruana debido a las quejas de un lector y  fue la misma entidad la que le dio un plazo al escritor para ofrecer un "descargo". Desde luego,  Bayly se negó. Lo que hizo el tabloide fue proceder con el cumplimiento de sus propios compromisos (lo que es comprensible); lo que hizo Bayly, por su lado, fue ser consecuente con su libertad irrenunciable e irreductible de escritor y periodista.

¿Quién tiene la razón?

Si a algún ciudadano se le ocurre denunciar todo lo que lee o ve, cada detalle de lo que observa en la prensa peruana o en la Televisión, muchos títeres quedarían sin cabeza, la parrilla quedaría en rojo; pero le tocó al escritor. Bayly escribió un par de notas (entre las varias decenas que venía escribiendo desde hace más de una década) que a un lector "no le pareció". Les tocó  guillotina a las tituladas "Salir del closet’' y "Siempre adicta" (en esta última explica la afición de una fémina a los penes). En realidad, durante muchos años he leído una infinidad de textos exhibicionistas y "descocadamente intimistas" del escritor. En varios de ellos sobrepasaba lo que algunos llaman "los límites de la moral y de las buenas costumbres", una categoría victoriana cuyo conservadurismo tiene como sustento bases de juicio subjetivo y apriorísticos antes que daños y efectos que se puedan comprobar en la realidad. Sus textos eran leídos y celebrados,  a veces excesivos, más para el chiste y la chacota que para tomársela en serio ¿Han leído los chistes de Sofocleto de hace algunas décadas en El Dominical de El Comercio? Muchos de ellos pecaban de machistas y duros, y quizás (de vivir y escribir hoy) el comediante hubiera sido herido de muerte por la susceptibilidad de un público que no le pasa ni una al más pintado. Pronto, algún alter ego del histórico Wilde terminará en una suerte de Reading componiendo una balada, malversando el tiempo y el arte. 

Mal nos fuera, por ejemplo, si existiese un Tribunal de Ética en la Cámara Peruana del Libro (Y los libros, por cierto, son accesibles para cualquier público lector ¿Crisol o El Virrey le niegan acaso alguna vez la compra a un menor?). Quizás sea cosa de desatarse un poco el moño y asumir que el siglo XIX ya fue y que los retos del futuro pasan por afianzar la libertad y apelar al cambio de canal  o a la pasada de página cuando algo no le gusta al consumidor. Control remoto y oferta periodística manda. La libertad es la del escritor, como es la del que lee el diario o ve la televisión. Lo que no se puede soslayar es que hay otros que leen o ven y que el prejuicio o la indignación de uno no debe privar a los demás de sus derechos a seguir en la línea de sus propias y particulares dilecciones.

Y sigamos. Es verdad que Peru21 le exigió a Bayly, conforme a las pautas preestablecidas, un descargo ("rectificación", para ser más precisos). Se lo exigió o (más bien) le corrió traslado dos veces a través de sendos correos electrónicos de una asistente del diario. Bayly no las pasó. 

El problema no es el tabloide ni ningún diario en particular. Todos los medios, hasta hoy se ha cuidado en respetar la libertad de expresión como lo ha hecho Peru21 durante tantos años imprimiendo y publicando la columna del escritor. En muchas ediciones, la desnudez privó de espacio a la cultura. Actualmente, esta ha ganado terreno sobre la exposición y la libido (en Peru21, por ejemplo). El problema, digo, son los peligros de una autorregulación desde una autoerigida corte que por presión ciudadana (de algún heraldo de la moral), puede cortar la cabeza de un columnista, cercenar una nota o una continuidad, como podría hacerlo sobre cualquier director que supere la línea de lo "correcto" o asuma una posición "moral" que no concuerde con la decencia supuesta de un severo lector ¿Ese este caso rigen las mismas reglas del juego? 

Interrogantes sobran ¿Cuáles hubieran podido ser los descargos de Bayly? ¿Retirar inútilmente los términos impúdicos como quien retira una injuria ya proferida? ¿Apelar a un borrador invisible de palabras que ya se leyeron? ¿Jurar ante Dios y la Biblia de todos los credos no volver a las andadas? ¿Proscribir palabras que refieran a un órgano sexual específico? ¿Prometer no ser un confeso adicto a la anatomía de los otros y otras? ¿Colocar como en la Inglaterra victoriana un largo mantel que cubra las cuatro patas de su mesa? ¿Bayly abdicando de sí mismo? ¿Puede el propio periodismo cortar la pluma de un periodista en honor de una sola queja ciudadana?

Basta con una advertencia que procure que los mayores restrinjan la lectura de determinados artículos a los menores o una conversación cordial entre el diario y el columnista sin que medie tribunal con la hoz empuñada en la derecha. Dar cabida a la quejumbre de una lectoría diversa que juzga cada artículo en base a su propia formación moral es un despropósito que solo tiene un efecto: restarle a la libertad de expresión y refrenar aquella verdad que, correcta o no, tiene origen en el intelecto o la fibra más inescrutable del escribidor.

¿Escribir con miedo? ¿Suprimir palabras? ¿Temer no quedar bien con los homofóbicos, los políticamente correctos, los guardianes de la salubridad, los verdugos de la santa sapiencia?

El diario está eximido de culpa en tanto cumple con aquello a lo que se comprometió, no lo juzgo y bien debe haberle dolido el cauce y la pérdida de un columnista que producía más ganancias por ventas que honorarios por pagar. 

Habría que evaluar bien los propios límites del tribunal autocensor, pues la autocensura opera como la sintomatología de la neurosis más avezada y corre el riesgo de la progresión; nos paraliza, nos carga de culpas idealizadas, nos roba la posibilidad de expresarnos y con ello la libertad esencial, la primera y más sagrada, la de decir lo que nos venga del forro. Así de simple. Si algo hay que arreglar finalmente, que sea ante los jueces en el Poder Judicial, con un agraviado identificado, directamente difamado o calumniado y con expresiones que se puedan contrastar a la luz del Derecho y no de la incomodidad de cualquier quisquilloso lector.

Así como ya la desnudez fue juzgada y con ella el cuerpo (en Brasil le rinden culto), pronto hasta las interjecciones más espontáneas podrían ser atoradas por el filtro del juicio de la moral y de las buenas costumbres. Y yo que creía que esas palabrejas se habían borrado del glosario de los diarios y de los libros.