En los tiempos del "reality show", se sobrepone una nueva gesta creativa, aquella que personifica al autor, que lo torna en protagonista de la historia, un compromiso proustiano con la realidad y la memoria, con el punto de vista personal y la mirada autorreferencial.
El verismo literario o la literatura de autor

Las novelas más recientes en el Perú ("Pequeña novela con cenizas", de José Carlos Yrigoyen, "La distancia que nos separa", de Renato Cisneros, entre otras) nos ubican en una nueva búsqueda creativa, en un desborde desde el patrón clásico de la ficción. Desde "Contarlo todo", de Jeremías Gamboa, es visible ese interés. Quizás es un giro que se acomoda a los tiempos del "reality" y una ruptura con aquella ficción pura que atizaba la imaginación, pero que no satisfacía plenamente la vocación real del escritor, que es, volcar en un juego de historias, la suya propia sin la sutileza de los fragmentos y el disfraz. 

La novela tradicional, en efecto, no crea historias, desorganiza deliberadamente la memoria para tramar una nueva realidad, donde los trozos de la autobiografía no se hagan reconocibles. La literatura de autor es franca, directa, rompe el dique de lo sutil y se ahorra el trabajo de barajar la memoria hasta volverla irreconocible. De hecho, esta novedosa opción gusta. Para el lector común, probablemente siempre la realidad sea más sugestiva que la fantasía, más seductora (aunque menos rica y con menos variables). El autor de la llamada "autoficción"  satisface  su necesidad de "transferencia", de comunión, y el lector su obsesión por escarbar la realidad para descubrir los amasijos interiores de otro ser humano, esto es, los misterios y los escondrijos más inconfesables del escritor. 

Desde luego que el rótulo "novela" nos deja en la ambigüedad. El autor del verismo parece tocar la cotidianidad de su propia vida, nos obsequia con datos tangibles del escenario en el que le toca vivir. Proust describía escenas extensas desprovistas en apariencia de significación. El acto de servirse el Té, podía cubrir un cúmulo de páginas en "En busca del tiempo perdido"; una menudencia para quien no crea que la literatura es también un registro de la vida que nos toca vivir.

Karl Ove Knausgård es quien nos señala la pauta de esta nueva manera de contar. Reta la paciencia del lector a través de páginas interminables donde se ocupa de actividades aparentemente intrascendentes. No obstante, su obsesión por el retrato de lo real nos seduce. La realidad, finalmente, solo existe si es que la contamos. Al menos, existirá y sobrevivirá al autor que la vivió y ese logro es ya, de por sí, una victoria sobre el tiempo y sobre el cuerpo.

El "verismo", permitanme bautizar de este modo a los nuevos tiempos literarios, es una superación de la clásica verosimilitud, que solo es un matiz o un intento, un proceso trunco de comulgar con la realidad. El verismo es egocéntrico, honesto, frontal, compulsivo, tiene las trazas de una cura psicoanalítica y como en el caso de Knausgård, llega a ser demencial.  Desde el primer tomo de su ciclo narrativo, titulado “Mi lucha”, una saga de seis volúmenes autobiográficos, este autor cambió los mecanismos de la autoficción, convirtiéndola en un compromiso de la literatura con la vida. Dice este autor:  "Lo que hago al escribir es buscar dos cosas: la primera, que lo que escribo esté vivo, y la segunda, que sea verdadero. También me interesa mucho la materialidad del mundo, las cosas y objetos que nos rodean".

Este autor , que ya captura la atención mundial, señala que "la escritura es mucho más interesante que la vida". Su literatura nos dice todo lo contrario: su ratio fundamental es, precisamente aquella vida que alcanzan sus ojos y que sus manos tocan, las letras solo son el detalle: sirven para guardarlo todo en la vitrina pública de la memoria.