¿Se imagina adquirir la sabiduría de golpe? ¿Ha tentado el milagro de aquella luz?  Si no lo sabe, hubo en la Edad Media un portento de sabiduría inagotable e insuperable que no la ganó por los libros sino por...Léalo usted mismo.
Sabiduría por gracia


Seguramente los más leídos saben que Alberto Magno es una de las figuras intelectuales más extraordinarias de la Edad Media, tanto que lo llamaron "El Doctor Universal" por la amplitud de sus conocimientos y su lucidez impactante. 

La Historia nos refiere que siendo muy joven, Alberto no era sabio ni docto ni siquiera llegaba a ser un buen aprendiz. Carecía de capacidad de retención. Era un pésimo alumno. Los estudios filosóficos colisionaban con sus deficiencias intelectuales. 

A tal punto llegó su desazón del que fuera luego el más grande portento de la sabiduría medieval que una noche decidió fugar del seminario escalando el muro. Se percibía a sí mismo nulo para el aprendizaje, inepto para hilvanar una idea o pronunciar una frase razonable. Escaló el muro y habiendo alcanzado la parte superior una voz melódica y angelical lo llamó. Alberto se detuvo crispado, volteó de un lado a otro y luego detuvo los ojos en una imagen celestial, los ojos parecían salirse de sus cuencas, maravillado. Frente a él estaba la virgen María. 

Deslumbrado, descendió y de hinojos la escuchó. María le dijo: "Alberto, ¿por qué en vez de huir del colegio, no me rezas a mí que soy 'causa de la Sabiduría'? Si me tienes fe y confianza, yo te daré una memoria prodigiosa (y, de seguro, un razonamiento irrebatible). Y para que sepas que fui yo quien te la concedí, cuando se acerque la fecha de tu muerte, olvidarás todo lo que sabías". 

La gracia de la sabiduría, cuenta el santo, le fue dada de súbito por una aparición. Para que tenga una noción del impacto de esta mente prodigiosa, Alberto Magno fue maestro de Tomás de Aquino y considerado el gran sabio de su siglo. En la universidad de París tradujo, comentó y clasificó documentos de muy vieja data, recogió y procesó los textos de Aristóteles. Fue uno de los primeros en aportar el concepto de experimentación, anticipándose a Galileo y su enciclopédica creación  fue la materia de la que se valió Tomás de Aquino para el diseño de su teoría. El que había sido un limitado estudiante de materias básicas fue un extraordinario botánico y probó la alquimia con fecundidad: descubrió el arsénico. Fue un afamado geográfo y astrónomo (un renacentista por la vastedad de sus saberes, y en la Edad Media, nada menos). Puede asumirse que fue un adelantado a su tiempo.

Fue el gran catedrático de París y tal era su fama que las aulas le eran pequeñas por lo que se le habilitaban salones de clases especiales en las plazas públicas. La Plaza Maubert en París fue el eje de su actividad y es por su presencia academicamente alborotadora que aquella lleva su nombre. En su origen, el nombre es una curiosa síntesis de "Magnus Albert". Probablemente muchos parisinos ni siquiera lo sepan.

Transcurrieron los años y ganó gran fama académica (milagros al margen) y sucedió, finalmente, lo que la Virgen le había anunciado. Poco tiempo antes de su muerte Alberto Magno dictaba una de sus clases en la Universidad (1278) cuando súbitamente se olvidó de todo, su mente vasta se tornó en desierto, enmudeció, quizás recordó apenas el muro del seminario y la imagen iluminada de María advirtiendo de aquel colofón, miró aterrado al salón de clases, tomó sus cosas y abandonó la Universidad para siempre. Sabía que su fin estaba próximo y así fue.